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    OpiniónUn breve ensayo sobre el amor: Mario Alcántara

    Un breve ensayo sobre el amor: Mario Alcántara

    Opinión

    Para entender mejor el amor hay que vivirlo, es en este estado de embriaguez que cobra sentido. Es vano tratar de encontrarle reglas generales, definiciones convenidas, o argumentos universales, porque la apreciación del amor, en esencia, es completamente personal y subjetiva.

    Podría enlistar una serie de raciocinios químico-biológicos, psico- sociales, e inclusive teológicos de la naturaleza de dicho concepto, pero cuando el amor se siente en primera persona, todas las explicaciones dogmáticas le quedan a deber.

    Yo no identifico un amor único, por el contrario, creo que este tiene tantas ramificaciones como nos las permite nuestro pensamiento, sin entrar en profundidad en interpretaciones filosóficas, para el amor sólo hacen falta dos integrantes: quien lo siente y por quien es sentido. El amor que entiendo no permite que ninguno de estos dos elementos este ausente. Es por ello, que sentimos muchos y muy variados tipos de amor, porque en nuestras vidas, muchos y muy variados son, los sujetos que se han apropiado de ese sentimiento nuestro, tan básico y elemental. Vivimos y practicamos a diario distintos tipos de amor, en distintas personas y cosas.

    Partiendo de la base de que no existe un amor único, entiendo una segunda condición que emana de la primera: las distintas formas de amor que sentimos no son comparables, no podemos pensar en cuantificar y equiparar entre el amor que sentimos por nuestros padres, al amor que le tenemos a un hijo, entre el que profesamos por ellos, al que vivimos con nuestra pareja. El amor es único e indivisible, la comparación entre ellos es fútil.

    Muchos dicen que el amor es afinidad. Entendiendo por ello, la atracción o adecuación de caracteres, opiniones, gustos, etc., que existe entre dos o más personas. Sin estar en desacuerdo, pienso que la afinidad no envuelve al amor, el amor es una consecuencia de la afinidad y la empatía. Para poder sentir amor por algo o por alguien primero y antes que otra cosa, deben de existir puntos en común, tantos como sean posibles, porque de darse estas condiciones, el amor crecerá exponencialmente a medida que aumenta la afinidad.

    El amor no es un elemento inerte, es un sentimiento vivo y en constante cambio. Partí de la condición de que el amor sólo existe si primero se tiene a quien lo hace verbo, y el ser que habrá de practicarlo, cambiará y evolucionará a lo largo del tiempo, por tanto, su amor, cambiará y evolucionará en la misma proporción en la que vayan madurando los pensamientos de la persona. Es por ello, que los amores madurados a lo largo del tiempo son más conscientes.

    El amor tiene las mismas probabilidades de permanecer latente como de morir, si no le son proporcionadas las mismas cosas básicas que necesita cualquier ente vivo para su preservación. Todas las acciones que tomemos para hacerlo crecer o para destruirlo, afectaran directamente en su existencia y conservación. Es por ello, que el amor requiere de entrega y dedicación, de voluntad y esfuerzo, no sólo del deseo por sentirlo. Vaya que no es tarea sencilla. Bien dicen que el amor, se gana o se pierde con una sola de nuestras acciones. Por lo mismo, habrá de tratarse como bola de cristal que pende de un hilo.

    También concibo la parte espiritual del amor, esa parte enigmática y desconocida, esa parte de terrenos desenfocados y místicos, el amor también tiene eso. Principalmente el que encontramos en la pareja anhelada. Muchas veces estamos preparados para el amor y lo buscamos incansablemente y éste, nunca llega, al grado de hacernos dudar de la existencia del mismo, pero la vida se encarga de darnos bofetadas con guante de hierro, cuando menos lo esperamos, cuando, sin previo aviso llega a nuestras vidas una persona por la que somos capaces de sentir todos aquellos sentimientos reprimidos e imaginados.

    Si bien es cierto que para el amor hay que tener mente abierta, sigue existiendo un titiritero sin rostro que se encarga de orquestar grandes sorpresas. De tantos en el mundo, el universo se confabulará para que coincida con nosotros ese alguien que estremece nuestro entendimiento, que vuelca nuestros sentidos, que desdobla por completo nuestras ideas y que nos hace sentir eso tan incomprensible que llamamos de una manera tan simple: amor, puro y vasto amor. Siempre llega en repentino y en despoblado, aun cuando haya estado tan cerca de nosotros que ni siquiera, lo percibimos.

    Esta última hipótesis sobre este sentimiento me hace creer que el amor tiene un alto contenido de fe, ese sentimiento ciego que nos inclina a creer en él, aún sin haberlo visto, a confiar en que existe alguien en este mundo por quien podemos alcanzarlo todo y darnos por completo, ese concepto del amor es el que más disfruto. El que no tocamos, el que no vemos, el que no entendemos y que sólo podemos saber cierto cuando lo tenemos enfrente. Sólo en el momento que esas dos miradas se juntan y se hablan sin hablar, es cuando puedo entender que el amor es verbo y no un concepto. Cuando al pensarle lo único que se tiene ganas es que ambas almas se fundan en una misma. Ese amor de contemplación y de sueños. Ese amor que es capaz de transformar lo feo en bello, lo bello en hermoso, y lo hermoso en espiritual. Es ese amor en el que un día deje de creer, y que hoy, como dice Sabines: no lo sé de cierto, pero supongo, me mantendrá siempre vivo.

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