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    ColeccionablesEvelina Prudente. “¿Quién pintó el mar?”

    Evelina Prudente. “¿Quién pintó el mar?”

    Junto con la planeación de Cancún como polo de desarrollo turístico a finales de la década de los sesenta, se gestaba también la creación de la ciudad de apoyo dentro del modelo de las ciudades de vanguardia que se erigían en el mundo, después de la Segunda Guerra Mundial.

    Opinión

    Para esto no bastaba con establecer los cimientos físicos de la nueva ciudad, sino también la estructura de una sociedad en ciernes, una hecha por hombres y mujeres que llegaron de todas partes respondiendo al atractivo llamado –trabajo, mejor calidad de vida, un nuevo comienzo– que hacía Cancún a los cuatro puntos cardinales. Forjar dicha estructura fue tarea titánica, realizada casi con bisturí por trabajadores sociales, contratados ex profeso para cumplir tal misión. Evelina Prudente, oriunda de Santiago Llano Grande, Oaxaca, fue una de ellas, junto con un puñado más de mujeres y hombres, encargados de proponer, diseñar y ejecutar programas que apuntaran a la solidificación del incipiente censo cancunense.

    “Desde muy pequeña quedé huérfana de madre y padre. Fui criada por mi abuela, una mujer muy recia; trabajaba de campesina -sin tener tierra propia-, cortando cacao, chile. Te quiero presumir mis manos”, me dice, mientras extiende sus manos grandes, fuertes, sabias. “He rascado la tierra con mis uñas para sacar cacahuates, papas, lo que fuera. Fue una experiencia muy bonita cuando me dediqué al campo. Todo lo que soy se lo debo a mi abuela. Siempre decía de mí: déjenla que ella estudie, ella va a ser algo grande”. 

    Evelina es, al igual que describe a su abuela, una mujer recia. “También tuve un tío que nos contaba cuentos y decía algo de ‘al otro lado del mar’. Y yo me decía «yo voy a ir allá, al otro lado del mar”. 

    Evelina Prudente
    Evelina Prudente

    Un día tomó un camión, sola, rumbo a la capital del país. “Había juntado dinerito vendiendo comida. Mi abuela vino para despedirme. Se me partía el corazón”. Se quedó en una casa de estudiantes un tiempo; al poco tiempo consiguió trabajo en una florería. “Aprendí a hacer flores de papel; la señora me tuvo tanta confianza, que ya después me encargaba la tienda completa”. 

    Un estudiante de medicina le sugirió que estudiara Trabajo Social. “Hice mi examen y me aceptaron; yo no tenía ni idea, estaba dispuesta a estudiar lo que fuera. Me encantó la carrera, no sabes cuánto. Veía que podría aplicar muchas cosas de lo que estudiaba para mejorar las condiciones de vida de mi pueblo”.

    Al poco tiempo, Evelina se fue a Canadá, en un intercambio cultural que duró ocho meses. A su regreso, se fue a Cancún, contratada por Infratur. Evelina recuerda que en las oficinas de Isabel la Católica llegó a ver la maqueta de lo que sería Cancún. “Llegué el 18 de febrero del 74. Nos recibió el jefe de Desarrollo de la Comunidad, el señor Alfonso Alarcón Morali con Víctor Rojas, comandante de la policía. Del aeropuerto nos fuimos en un vochito a la zona hotelera. Llegamos al restaurante de tus papás (Chac Mool). Sentada ahí, volteo a ver el mar e inocentemente exclamo: ¿quién pintó el mar?… ¡Te lo juro!… Yo conocía el mar de la costa de Oaxaca, que es gris. Ahí mismo pensé: yo de aquí no me muevo”. 

    El contrato de Infratur era por tres meses. Desde el principio, Alarcón ubicó a Evelina en la Casa del Trabajador Social, que hoy alberga la oficina del Registro Civil, en el corazón de la Zona Fundacional. Ahí estaba, llegada tiempo atrás, la primera trabajadora social, Rosa María Mártínez. “Cuando la gente llegaba a la oficina yo salía a recibirlos. Mucho gusto, les decía. Soy Evelina Prudente, trabajadora social. Ajá, sí, me contestaban. Pero yo quiero ver a Rosita”. Evelina suelta una carcajada sincera. “Poco a poco me fui integrando. Hice relaciones muy bonitas”. 

    Una de las tareas asignadas por el gobierno a los trabajadores sociales (Rosa, Evelina y Salvador Pérez Blas, quien había llegado junto con Evelina) fue la de hacer el censo de población. “En Puerto Juárez vivían 114 personas. Mi máxima experiencia fue censar en los campamentos, ya de noche, con moscos, a los trabajadores que habían traído de la selva. Dormían en situaciones pésimas. Les preguntaba, ¿cómo te llamas? Pech, Cohuó, Nah… Yo no entendía nada, y  ellos no hablaban español”. 

    He oído que la gente no se quería quedar en Cancún, ¿tú recuerdas algo de eso?

    “¡Ah!, para allá iba. Nuestra mayor labor fue convencerte a ti, yo como trabajadora social, que te quedaras en Cancún. Nadie se quería quedar por la carencia de servicios, la lejanía, no tenían ni la remota idea de lo que se estaba proyectando. Nosotras como trabajadoras sociales vimos en las maquetas, en los planos, que era un proyecto turístico. Muchísima gente, después de eso, no sabes cómo nos han agradecido. Pusieron sus negocios, se hicieron de terrenos, trajeron a otras familias”. 

    Cuenta que, como egresadas de la carrera de Trabajo Social, tenían la teoría de que al llegar a una comunidad lo ideal era contactar al líder, ya fuera de una iglesia o una escuela, entrevistarlo, y a partir de ahí, recoger las necesidades de la gente. “En el caso de Cancún tuvimos que empezar de cero, intuíamos lo que la gente necesitaba 

    pues aquí todavía no había líder ni maestra de escuela. Es más, a nosotros nos tocó crear las escuelas. Todavía recuerdo el día que  llegaron a Cancún las maestras yucatecas; tuve el privilegio de recibirlas, todas jovencitas, preciosas”. 

    A ella, el señor Alarcón –quien, una vez instalado el primer ayuntamiento, tomó posesión como primer presidente municipal–, le indicó que se encargara de las áreas de salud y educación. Al final, terminó entrándole a todo: la creación de la Cruz Roja, los mercados…  “Había mucha necesidad, de muchas cosas”.

    Un ejemplo es la consolidación del mercado Ki-Huic, en la supermanzana 5. “Todos los que querían local iban a nuestra oficina. Si, por decir, querían vender tamales, les preguntábamos cuántos años de experiencia tenían. Ninguna, nos decían. No importaba. Así les dábamos el local. Lo importante era que se quedaran”. 

    La Casa del Trabajador Social fue el lugar al que llegó toda persona que quería iniciar una vida en Cancún. Si querían poner un bar, si querían poner una escuela… “Peces” (así le decían a la fundadora del centro educativo Itzamná) “vino de vacaciones con un grupo de niños y ella se animó; al año siguiente vino a abrir el Itzamná”. 

    Desde esta sección, muchos Coleccionables han hecho referencia de que a Cancún, durante sus primeros años, se le llamaba la isla de los hombres solos. ¿Qué recuerdos tienes al respecto?

    “Es absolutamente cierto. Tanto es así que Alarcón dio la orden a los taxistas que a partir de las 7 de la noche, si veían a una mujer sola en la calle, la llevaran a su casa; a la mañana siguiente podían pasar a cobrar el servicio a la casa del señor Alarcón”.

    ¿Hubo algún momento en el que tú quisieras regresar a la CDMX?

    Absolutamente no. Además, cuando se constituye el primer ayuntamiento con Alarcón como nuestro jefe me dan mi nombramiento de Trabajadora Social. A partir de ahí yo le rogaba a diosito ‘que no me muevan, que no me muevan”

    La Casa del Trabajador Social fue un lugar que albergó, no solo a las dos primeras trabajadoras sociales (Rosita y Evelina), sino también las oficinas de obras públicas; a su vez, funcionó como aula para los niños del kinder Itzá, a cargo de la primera maestra de Cancún, Maty Vilar. Desde este punto estratégico, las trabajadoras sociales podían sentir el pulso de una ciudad que empezaba a construirse a partir de cero.  

    “Nos tocó hacer promoción de las casas de inmobiliaria Kan-Kun. Cuando se vendieron las primeras veinte casas, el señor Alarcón nos dio instrucciones de organizar una verbena. La verbena la hicimos en las Palapas”. A propósito de este lugar, Evelina guarda una memoria en especial. “Todavía recuerdo los bombazos que nos despertaban temprano en la mañana, de cuando estaban dinamitando para iniciar la cimentación de lo que iba a ser el Parque de las Palapas”.

    Evelina se casó en el 79 con Santiago Mendoza con quien tuvo a sus dos hijos, Amira e Iván. “La fiesta fue en el Cecilio Chi; el ayuntamiento mandó las sillas, las mesas, contrató a los músicos. Nuestros padrinos fueron los Amaro, Felipe y Carmita”. Con su familia vive desde el 2003 en Mahahual, pero no pierde el contacto con sus amigos de toda la vida, con quien tiene historia y comparte la historia de aquellos días, cuando Cancún era solo un esbozo, el sueño de un puñado de mexicanos. 

    Evelina Prudente
    Evelina con su esposo y sus hijos

    ¿Cómo ves el crecimiento de Cancún?

    Sorprendente y doloroso a la vez. A mí me tocó ver crecer esta ciudad, ser parte de su formación. Pertenezco a una sociedad en la que había respeto y mucho cariño. A Cancún llegaron profesionales que dieron lo mejor de sí. También fue muy importante la labor de mujeres, voluntarias, esposas de los funcionarios, de los mismos hoteleros dispuestas a apoyar en lo que se necesitara”.

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