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    OpiniónBola de estambre: Mario Alcántara

    Bola de estambre: Mario Alcántara

    Opinión

    Es complicado hurgar en los rincones secretos del sentimiento, donde sólo hay verdad. A veces basta una tarde lluviosa, o un día inverosímil para eyectar las emociones de un tajo. La verdad supura siempre porque sufre de claustrofobia corporal humana. La verdad no se queda en los cuerpos, emana, emana. Aunque sea encajonada voluntariamente, o disruptivamente forzada a guardar el rincón más oscuro de nuestras entrañas. La verdad se cuela, brota buscando el mínimo quicio de insensatez por pasillo en búsqueda de la luz verosímil de la existencia.

    Somos máquinas perfectamente diseñadas para complicarnos la vida. Vivimos tratando de desenredar una gran bola de estambre que nosotros mismos hemos enmarañado. Por momentos, la dejamos sobre el buró y seguimos de largo, pero al final, siempre tratamos de encontrar en dónde dimos la primera vuelta trunca, en dónde, todo, se convirtió en un verdadero lío. Así, puede pasar la vida, viendo y creciendo nuestra propia bola de estambre.

    Hay quienes atienden el problema con ángulos dogmáticos, otros rezan, otros lloran, otros imploran al vecino su desenredo, otros siguen los pasos de un método científico infalible que no les da respuesta, y otros, muchos otros, simplemente la seguimos enredando.

    Nuestra vida tal y como la concibo, no es más que una bola de fibras que tenemos en nuestras manos. Cuando nacemos, simplemente están posadas en nuestro regazo, esperando las decisiones que les den vuelta en el telar. Las circunstancias que se nos dieron por añadidura, inicialmente marcarán nuestra pauta, influirán en nuestros primeros pininos de tejido, pero llega un momento en que solo nosotros y nadie más, decidirá sobre el futuro de las mismas.

    He conocido personas a las cuales, tales fibras, no sólo se les dieron desordenadas y llenas de espinas, sino manchadas de lágrimas y sangre, y no por ello han claudicado ante la idea de poder enmendar lo caótico, y hacer de su vida, una limpia y suave sábana de seda. Cuando conozco personas así, trato de emular y entender su método, para con ello, facilitar la solución de mi propio dilema, pero influenciado o no, inevitablemente, llega el momento de estar solo, y enfrente de mí, observándome silenciosa, una bola de estambre entretejida.

    ¿Cómo resuelvo este lío de hilachas embrolladas, de curvas sinuosas, de vueltas sin ton ni son? —La vida se desenreda acercándola a la verdad. —me dijo parsimonioso, un día inverosímil, mi querido amigo Simón Baez—. Unos meses antes de morir.

    Vaya que él tenía una bola bastante desmadrada y veinticinco años después de tomar las riendas de su vida, la puso en orden, engarzó cada hilo, y vivió en paz hasta su muerte. La verdad fue su truco, su machincuepa, su moneda de intercambio, y su habilidosa maña para desenredar bolas de estambres atoradas.

    Tengo en mi mano izquierda el cabo donde empieza, en mi mano derecha la otra punta. No logro percibir dónde termina. Se aleja por debajo de una puerta hacia una habitación contigua, cerrada con un candado del cual nunca he tenido llave. En medio de los cabos, sobre mis piernas, esta mi vida, lo que puedo hacer con ella apunta al infinito, como infinito es mi albedrío. Hoy sin más juicio la tomo entre mis manos, la sopeso, hago un balance del desorden, y afianzó el hilo limpio que sale de ella, hoy decido no enredar más por encima, y comienzo a dibujar en un trazo de fibras una frase sencilla: Nunca sueltes el hilo y amarralo de “verdad” .

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