Muy seguro de sí mismo, el presidente López Obrador dijo varias veces en la conferencia mañanera que apostaba a analistas, expertos, inversionistas y agencias calificadoras que la economía mexicana crecería 2% durante 2019.
Era el primer tramo del año pasado, cuando frente a las decisiones de política económica del actual gobierno y las señales de guerra a los inversionistas, todos rebajaban sus pronósticos de crecimiento para la economía de nuestro país, y el primer mandatario contestaba que estaban equivocados, que su nuevo modelo económico iba a generar 2% de crecimiento en el primer año y de ahí para arriba, que no estaban tomando en cuenta los enormes beneficios de combatir la corrupción, que no metían en sus variables el regadero de programas sociales que detonarían desde abajo el consumo interno del país.
El presidente apostó… y perdió. Ayer por la mañana salió el dato de crecimiento económico para 2019. Se confirmó lo que se temía: números rojos. Para ser exactos, menos 0.1%. Un discreto besito a la recesión.
Desde luego, conforme avanzó el año pasado, López Obrador abandonó la envalentonada apuesta. Y ya dejó de hablar de 2%. Ahora desafiaba que no había recesión. Y así, el candidato que en campaña puso a México a soñar con un crecimiento de 6% anual intentaba restregar en la cara de sus críticos y opositores que no había recesión, y vender ello al público como un éxito de su gobierno.
La verdad es que la parálisis económica es su culpa. Enterita.
Primero, no perdamos de vista, no olvidemos que este es un gobierno al que su secretario de Hacienda le renunció a los siete meses de ocupar el cargo. Y le renunció dejando sobre la mesa una granada de fragmentación en forma de carta de despedida, en la que hacía un diagnóstico brutal de la torpeza económica y la hipocresía del discurso político, una receta para un fracaso del que el doctor Carlos Urzúa no quiso ser parte.
Segundo, el presidente reconoce que 6 de cada 7 pesos de la economía mexicana se deben a la inversión privada. Pero no ha hecho más que atemorizar y ahuyentar a la inversión privada: aeropuerto, gasoductos, amenazas con la UIF, amenazas fiscales, cooptación de instituciones y contrapesos, y un permanente discurso hostil que tuvo como botón más diáfano la extorsión de la cena en Palacio Nacional para la rifa.
Tercero, las políticas del gobierno: Dos Bocas es una pésima idea y se lo dijeron hasta sus expertos, el tren maya es un tiradero de dinero y ya le dijeron que va a salir más caro de lo que dice, Santa Lucía es un mal parche, Pemex sigue al borde de la quiebra y la CFE se apellida Bartlett. En todas las áreas en que podrían los inversionistas tener apetito, hay un terreno pantanoso. Así, el dinero busca otros destinos.
Y encima, la parálisis mexicana se da en un momento en que debería nuestro país estar aprovechando el impulso de Estados Unidos, motor central de nuestra economía, que está creciendo al 2%. O sea que ni cómo echarle la culpa al exterior. Salvo que se quiera mentir flagrantemente. Y sí, suele mentirse flagrantemente:
El presidente tiene una sola medida de su desempeño económico: el tipo de cambio. Como la tasa de interés está alta entran capitales especulativos y los paisanos están mandando millones en remesas, el peso está fuerte.
Así que todos tranquilos: no importa que la inversión fija esté desplomada, que la actividad industrial traiga caídas escandalosas, no importa que se hayan perdido 400 mil empleos nomás en diciembre ni que el crecimiento económico esté en números rojos: el presidente está feliz porque el dólar cuesta 19.
SACIAMORBOS
Y para este año vamos igual de mal: apenas estamos en febrero y los especialistas ya recortaron 13 veces el pronóstico de crecimiento. Creo que esta vez no le alcanza ni para apostar que será de 1%.