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    Caroline Peifer y Edgar Arañó: tantos mundos, tanto espacio y coincidir

    Opinión

    Los dos llegaron por razones distintas al mismo destino que los embarcó en la mejor aventura de sus vidas

    Corría el año 1983. Edgar estudiaba Comunicaciones en la Ciudad de México, pero la oportunidad de probar suerte en un destino nuevo -del que se hablaba en muchos lados- lo inquietó más que obtener un título universitario, así que cerró libros y empacó maletas con rumbo a Cancún para integrarse con un grupo de amigos que conoció en el restaurante Carlos´n Charles de la Ciudad de México, y que había conseguido la concesión de operar el restaurante de la Casa Club del campo de golf de Pok Ta Pok.

    “Mi primera noche en Cancún fue en el hotel Bonampak, que era de unos parientes lejanos de mi papá. Abrimos Palos y Hoyos pero no tuvo mucho éxito, así que me refugié en la hotelería. Entré al hotel Hyatt Regency, que abrió Peter Leder, y me gustó el área de Alimentos y Bebidas”, comentó Edgar, quien en esos tiempos conoció a Salvador Vidal, director general de Grupo Lorenzillo’s, con quien trabajó durante 17 años.

    Uno de los lugares que vio nacer fue la legendaria discoteca Christine, que diera renombre a Cancún por el numeroso desfile de celebridades que recibió en sus años de esplendor. Le tocó verla desde los cimientos, pero como los pagos no llegaban a tiempo, abandonó el proyecto de Iddar de la Parra y Fernando Álvarez.

    Mientras eso pasaba en Cancún, Caroline vivía en Michigan. Trabajaba como instructora de esquí en nieve, y era la encargada de abastecer las tiendas de ropa. En 1987 viajó a Cancún porque su jefe se enamoró de este destino y le interesó abrir una tienda de windsurf.

    “Junto con la novia de mi jefe, vine a este lugar nuevo y fascinante. Un día fuimos a cenar a Bucanero’s y cuando salimos a esperar un taxi, se detuvo un hombre con una camioneta y nos preguntó a dónde íbamos. Nosotras queríamos conocer Christine, y él se ofreció a llevarnos. Ambas confiamos en él. Yo tenía idea dónde era el lugar, y cuando vi que no se detuvo al llegar, nos dijo que era muy temprano y que mejor primero fuéramos a cenar”, comentó Caroline. El chofer era Sergio, hermano de Edgar, quien las llevó a Lorenzillo’s donde Edgar era gerente; ahí se conocieron y fue cuando Caroline tiró su ancla en el corazón de la laguna Nichupté.

    Coincidió con él en varias ocasiones y la relación empezó. En uno de los viajes a Michigan, la despidieron con el pretexto de que era temporada baja, pero realmente fue por pasar más tiempo con
    Edgar, que atendiendo la nueva tienda.

    Entre viajes de Cancún a Michigan, comenzaron su relación en 1988 hasta que finalmente decidieron establecerse en México y casarse en 1990. Su mayor bendición llegó siete años después, tras muchos intentos por conseguirla: su hija Madison, quien es totalmente cancunense.

    “Hicimos el viaje juntos de Michigan a Cancún en auto. Atravesamos los dos países en casi cinco días, y a los pocos meses de vivir juntos nos tocó el huracán Gilberto que arrasó con lo poco que había en Cancún”, comentaron.

    Y así se fue escribiendo su historia; a veces con sorpresas de la naturaleza y aceptando nuevos retos como abrir su primer restaurante: Laguna Grill en sociedad con Salvador Vidal, pero se disuelve al poco tiempo y lo asume en solitario durante casi una década recibiendo una estocada con el huracán Wilma, y el tiro de gracia se lo dio la crisis de la influenza en 2009.

    Uno de los capítulos más nobles que ha vivido Caroline fue ser parte del International Women Club. Fue una forma de aprovechar su tiempo libre y canalizarlo en obras sociales, ya que su grupo más numeroso de amigas eran extranjeras. Su primer proyecto fue la construcción de una escuela para niños con síndrome de Down, y que más tarde se convirtió en las instalaciones de Apafhdem.

    “Otro proyecto que prosperó fue la construcción de un hogar para niños de la calle, pero el gobierno lo tomó y ni nos pagó lo que invertimos para que usáramos ese dinero en otra obra. Eso me dio mucho coraje, y sin dejar de ayudarlos, cambiamos las reglas: ahora la ayuda sería en especie, ya no entregamos dinero en efectivo”, dijo.

    “Creo que hubiera seguido ayudando más, pero un día Migración me multó por no haber declarado que estaba trabajando para una ONG, y ahí se acabaron mis ganas de seguir haciendo altruismo para un gobierno malagradecido”, señaló.

    Haciendo un balance de lo que han vivido, los grupos de amigos a los que pertenecen, los cambios en la industria restaurantera, aunado a la falta de seguridad para los ciudadanos, Edgar y Caroline, ante la pregunta sobre si vale la pena seguir apostando a Cancún, su inmediata respuesta es ¡sí!

    “Cancún se ha convertido en nuestra vida. Los mejores años los hemos pasado aquí. Nos hemos comprometido con la naturaleza adoptando todo tipo de animales, de los que difícilmente podríamos deshacernos. Nos gustan tanto, que por eso nuestra hija no pudo nacer en Estados Unidos, porque no teníamos a quién confiarles su cuidado. Nos gustaría no sólo un Cancún seguro, sino un país completo, así que seguiremos siendo cancunenses”, señalaron.

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