Vemos que el homínido olfatea un hueso, lo coge en sus manos, juega y golpea violentamente con él, descubre una herramienta, una nueva tecnología. Ese simple hueso, usado como arma, se convierte en instrumento y señal de dominio, de conquista. El homínido siente el poder, el frenesí de las nuevas posibilidades.
Así presenta Stanley Kubrick el nacimiento de la historia tecnológica de la humanidad en la magnífica película ‘2001: Odisea del espacio’ (1968).
Así, desde los albores de la humanidad misma y a lo largo de su historia, la tecnología ha sido un factor diferenciador entre los grupos y civilizaciones humanas, un factor de desarrollo, de dominio entre naciones y, en décadas recientes, base de una creciente economía digital. Sea un hueso, un smartphone o cualquier herramienta que tomemos en nuestras manos, la tecnología es y seguirá siendo determinante en nuestra vida y en nuestras relaciones con el mundo.
¿Una prioridad estratégica?
Las nuevas brechas abiertas por el desarrollo científico y las innovaciones tecnológicas nos presentan un mundo que se transforma con feroz agilidad. Con las nuevas tecnologías, somos testigos de abruptos cambios en los sistemas de producción, de las asimetrías económicas entre países, del caótico desequilibrio ambiental, de la cuasiapocalíptica carrera armamentística, de sorprendentes avances en la medicina, por señalar algunos ejemplos.
La ciencia y la tecnología son leitmotiv de un mundo hiperconectado, son el escenario de una competencia despiadada por la innovación. A nivel global, los grandes consorcios de tecnología apuestan a la computación cuántica, las grandes potencias compiten por la supremacía en la inteligencia artificial. El gasto en investigación y desarrollo es una prioridad estratégica, para las dos mayores economías del planeta es claro: Estados Unidos invierte el 2.80% de su Producto Interno Bruto en este sector y China el 2.13%; ¿Y en México?, aquí llegamos al 0.49% del PIB, pírrica comparación.
¿Para qué una Secretaría de Ciencia y Tecnología?
Sí, la idea de crear más burocracia puede poner nauseabundo a cualquiera. Más aún con los antecedentes de amiguismo, clientelismo e ineficiencia que ha caracterizado a parte de la administración pública en México.
Sorteando —si es posible— magno escollo, la creación de una Secretaría de Ciencia y Tecnología puede ser estratégica para el país en el contexto global actual, como una alternativa para dar al sector la atención que exige.
Si bien existe el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) como organismo coordinador de las políticas en investigación científica, innovación y modernización tecnológica del país, a medio siglo de su creación, ha sido prácticamente rebasado por la coyuntura de su propio contexto. Su transformación a rango de Secretaría implica darle la relevancia requerida al sector de ciencia y tecnología para:
- Incentivar la inversión pública y privada para la realización de actividades de investigación científica.
- Estimular la innovación tecnológica para Incrementar el dinamismo del sector productivo.
- Apostar por a la formación de nuevos investigadores y científicos, como capital humano base para el desarrollo. Y un amplio etcétera.
¿Probable durante la 4T?
Poco, hasta donde hemos visto. Con ejes de acción como el adelgazamiento del aparato burocrático, mayor gasto en infraestructura y transferencias monetarias a grupos vulnerables, las prioridades de la llamada Cuarta Transformación parecen centrarse en palear con subsidios las históricas desigualdades del país y en tratar de incentivar la economía nacional con inversión pública en infraestructura.
Hasta ahora, la importancia de invertir sustancial y estratégicamente en ciencia y tecnología parece no estar en el centro del radar de las políticas nacionales —como prioridad—. Confiemos en un pronto giro de timón.
Por Heriberto Villegas, analista político y kafkiano por placer