En los últimos años, y sobretodo en este último año, hemos pasado de largo nuestros derechos. ¿Será que no nos acordamos que tenemos derechos y que además tenemos la entera libertad de exigirlos y ejercerlos?
Según la CNDH, “Los Derechos Humanos son el conjunto de prerrogativas sustentadas en la dignidad humana, cuya realización efectiva resulta indispensable para el desarrollo integral de la persona. Este conjunto de prerrogativas se encuentra establecido dentro del orden jurídico nacional, en nuestra Constitución Política, tratados internacionales y las leyes”.[1]
Todos los seres humanos tenemos un derecho inherente, y esto implica que sin ninguna distinción, merecemos en igualdad de condiciones. Sin embargo, ‘nos distraemos’ en el día a día y resulta que no estamos de acuerdo en que haya ‘diferencias’. De pronto, creemos que nuestra raza, nuestra religión, nuestra preferencia sexual, nuestro idioma, o cualquiera que sea nuestra condición, son únicas y pretendemos que los demás piensen como uno. ¿Entonces donde quedan los derechos de los otros?
Esta ‘imposición de creencias’ ha detonado guerras, separaciones y juicios, por decir lo menos. Comenzamos a señalar a los otros sin darnos cuenta que para los otros, nosotros también somos los otros. Bien lo decía Benito Juárez, «el derecho al respeto ajeno, es la paz”. Sin embargo la frontera entre mis derechos y los tuyos es muy sutil y en muchas ocasiones la trasgredemos.
Dentro de todo esto encuentro una incongruencia, estamos en una era tecnológica increíble, casi de ciencia ficción. Vivimos en un mundo globalizado pero al mismo tiempo divido, en el que cada quien defiende sus creencias. Pero a la vez, sin darnos cuenta cedemos nuestro poder a las autoridades; entendiendo como autoridad a el gobierno, los doctores, las iglesias, los maestros, en pocas palabras a un sistema. Tendemos a obedecer reglas, dogmas y normas que pueden llegar a carecer de lógica para uno, y aún asi las acatamos, no las cuestionamos. Muchas veces en contra de lo que nuestros principios nos dictan.
Todo esto me lleva a la reflexión de el ‘yo soy’, que se refiere a todo lo que me pertenece por derecho divino. No olvidemos que somos seres multidimensionales: mente, cuerpo y espíritu (yo le agregaría las emociones también). Y como tal los derechos abarcan todas nuestras dimensiones. ¿Te ha pasado que una autoridad te dice que tienes que hacer algo, pero sabes muy bien en tus ‘adentros’ que ese algo va en contra de tus principios, o el principio de algún tercero? ¿y que haces? ¿te escuchas o acatas? ¿a quién le das ese poder? ¿a ‘el otro’ o a ti?
Es evidente que las leyes y las normas es decir, el sistema, están para salvaguardar el bien común. Permítanme aclarar que yo no estoy diciendo que cada quien ‘se manda solo’; no olvidemos que somos seres sociales y que sí debe de haber un ‘sistema’ que estructure nuestro proceder pero que a su vez, respete nuestros derechos y los de otros, pero ¿qué pasa si el sistema es el que está trasgrediendo esa frontera? ¿Qué pasa cuando sientes que tus derechos están siendo violados por un sistema?
Estamos siendo testigos de la impunidad en los gobiernos, del abuso generalizado en muchos ámbitos, de la imposición de creencias… todo esto promovido por la manipulación y el chantaje ejercido a través del miedo. De tal forma que a veces sentimos que somos diminutos ante la fuerza de Sansón y, evidentemente evitamos meternos a las patadas con él. Sin embargo, también hay quienes defienden sus derechos humanos pese a todo. Quienes siguen creyendo que vale la pena levantar la voz y que conocen ese derecho otorgado de nacimiento, que les impulsa a buscar la forma de vivir en la libertad de expresarse como merecedor de sus derechos.
En los últimos años mi salud ha tenido ‘altibajos’, por decir lo menos, y me he visto obligada a encontrar la forma de volver al balance en mi salud. El camino ha sido largo y me he topado con toda clase de médicos. Algunos muy alejados del principio hipocrático[2] y otros totalmente fieles al mismo. En esta experiencia personal, he podido ver que como pacientes, tampoco solemos ejercer el derecho a decidir por nuestra salud, le cedemos nuestro poder a los doctores. ¡¡Y claro que lo hacemos!! Los doctores se han preparado durante años, tienen un conocimiento que nosotros como ciudadanos de a pie, no tenemos.
Aquí nos volvemos a topar con esa sutil frontera de los derechos, y sobretodo si por azares del destino llegamos con un médico alejado de su vocación. ¿Hasta donde llega su conocimiento como profesionales y hasta donde llega el nuestro? Muchas veces nos ponemos en manos de ellos dejando toda la responsabilidad de nuestra salud de su lado, ¿y donde queda nuestra responsabilidad? ¿Dónde está el conocimiento que tenemos de nuestro propio cuerpo? Nosotros somos los únicos que habitamos ese cuerpo que los médicos conocen a partir de su preparación profesional. Como pacientes, no tendremos el conocimiento médico, pero sí escuchamos y sentimos ese cuerpo… tiene voz propia! Tenemos derecho de cuidar y defender esa voz. Pero el miedo, la presión social y, en algunas ocasiones el no saber que somos los que mejor conocemos nuestro cuerpo, nos hace ceder el timón de nuestra salud… Si bien es cierto, para algunas personas ‘es lo más cómodo’.
Hace tiempo me topé con una frase que me cimbró hasta lo más profundo de mi ser, aquí la comparto: “De la piel para adentro, mando yo. Ahí empieza mi exclusiva jurisdicción, y elijo si debo o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano”, de Antonio Escohotado Espinosa (filósofo y ensayista español). Me parece que es clara y contundente; más en estos tiempos en los que la salud mundial se ha visto expuesta. Como humanidad la vulnerabilidad se ha hecho presente y nos ha obligado a tomar decisiones acerca de nuestra salud, y la situación actual (pandemia) es confusa e incierta. ¿Desde donde tomamos esas decisiones? ¿Desde el miedo? ¿Por presión social? ¿Desde la conciencia de lo que es lo ideal para nuestro cuerpo?
Nuestro cuerpo es nuestro terreno y como tal tenemos el derecho de decidir que hacer en él. Tú decides cómo cuidarlo, tú decides qué sembrar en él. Nadie te puede obligar a hacer con tu salud algo que tu cuerpo no quiera, aunque “el gran especialista”, tu pareja, tus hijos y/o los amigos te ejerzan presión; recuerda que tienes ese derecho a decidir. De ti depende tu salud, escucha la voz de tu cuerpo, es sabio. Si pones atención en él, podrás asumir tu responsabilidad con seguridad. Podrás decidir con qué médico harás equipo, podrás decidir qué tratamiento es el ideal para ti, podrás decidir si buscas vías alternas que complementen tu salud. Tienes el derecho de formar un equipo de especialistas que vea por el bien de tu salud y, del cuál tú eres el capitán. Tendrás más elemento para hacer ejercer tus derechos humanos y tu derecho divino (‘yo soy’).
Así como es importante saberse con derechos en el terreno de la salud, igualmente lo es en todos los ámbitos: en el laboral, en el familiar, en el social y en el espiritual. Lo justo y necesario es saber que tenemos privilegios que amparan nuestra dignidad humana.
[1] https://www.cndh.org.mx/derechos-humanos/que-son-los-derechos-humanos
[2] “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”, fue la base del juramento que Hipócrates les hizo hacer a sus discípulos, que llevarían a lo largo del mundo la medicina, hasta la fecha.