Queridos mejores amigos:
¿Les ha pasado que al momento de recordar algo, respiran como queriendo buscar un aroma?
Seguramente se han cachado cerrando los ojos y tratando de indagar en la memoria a través de la nariz. Bueno, pues eso se llama memoria sensitiva y de eso les quiero platicar hoy.
En este momento, mi yo del pasado está en una clase de cocina en medio de la Selva Maya, en la ‘Ruta de los cenotes’, para ser más preciso; la chef Alejandra Kauachi nos explica que, si nos tapamos la nariz, los sabores que podremos percibir básicamente serán dulces, amargos, salados o ácidos, pero no un sabor a limón, a galleta salada o a café y eso es porque el olfato es, en gran parte, el responsable de nuestra percepción.
Habiendo dicho eso, ahora comprendo y les quiero compartir, que la nariz es el gran compilador de recuerdos porque, a través del olfato, le vamos poniendo etiquetas a nuestras percepciones y nuestra asociación de ideas empieza a archivar grandes momentos de gloria como las empanadas de tu abuela o aquellas cosas tristes como las flores y la cera quemada de las velas que la despidieron por última vez. Es sin dunda un archivo general de la nación, pero de tu vida.
Volviendo a la ‘Ruta de los cenotes’, les quiero platicar que el aroma a leña ardiendo, a epazote y a frijolitos de la olla, me hicieron recordar Santa Rita, el pueblo de mi abuela, y es que doña Mary estaba por prepararnos unas quesadillas con tortilla hechas a mano desde la nixtamalización, no sin antes habérnoslas ganado por haber hecho tamales, tinga de pollo y un pan de elote con vainilla de Papantla.
Esto me pasó a mí y no quería que esas cosas se fueran, quería que las cosas que conocí, que los aromas que me marcaron y que el México que me vio crecer fuera el mismo, pero como dicen por ahí, ‘Lo único seguro es el cambio’.
Habrá quien recuerde su infancia con el aroma a chicle de uva (que huele a todo menos a uva) y tal vez esa persona tampoco quiere que las cosas cambien, pero lo interesante de este ejercicio es regresar a la raíz, invitar a quienes no conocen el origen de nuestra cultura a generar nuevos archivos sensoriales e invitar a los que ya tenemos esa memoria guardada a aprender más de cocina y a dejarse conducir por un viaje de emociones.
Mis amigos y yo pasamos un momento de dispersión, que nos trajo nuevos conocimientos y una sobremesa que se encendió al mencionar nuestros recuerdos.
Normalmente esta actividad se hace con más personas, pero con las medidas de precaución, el distanciamiento social y la nueva normalidad, los grupos ahora son más reducidos, lo cual le agrega un toque más exclusivo a esta experiencia que se llama México Lindo Cooking.
Así como se los cuento, se nos fueron 4 horas, las cuales se vieron coronadas con un agua de chaya, piña con un piquetito de xtabentún para apaciguar ‘La calor’.
¿Ustedes con qué aroma recuerdan su infancia? ¿Cómo se llamaba el pueblo de su abuela? Compártanme sus vivencias y etiquétenme en sus fotos para iniciar la conversación.