Llevo más de un mes escribiendo sobre la terrible guerra en Ucrania. Hace más de un mes que borro todos los textos y vuelvo a escribir. Cada día sube el grado de crueldad de esta guerra y lo escrito ayer parece demasiado pálido comparado con lo de hoy.
Todos los días, durante este mes, tengo la sensación de que todo esto es un mal sueño. Además, de noche, este sueño se aferra a mi conciencia con dientes de hierro. Todas las mañanas abro su mandíbula y vuelvo a sumergirme en el horror viscoso de las noticias.
A diario creo que todo esto terminará muy pronto, pero la guerra continúa. A veces me parece que ya me acostumbré y hago lo mejor que puedo para fingir que vivo una vida normal. Después de todo, está muy lejos y no tengo nada que ver con eso, pero una nube terrible se cierne sobre mí y mi vida cotidiana extendiéndose a través del océano, desde el otro continente.
Hoy decidí que no volveré a escribir, porqué la epopeya de los crímenes de guerra parece haber alcanzado su máxima diversidad.
Hoy escribo sobre una guerra que no puede llamarse “guerra” en el país agresor. A la gente de este país ni siquiera se le da el derecho de llamar a lo blanco, blanco; a lo negro, negro; a lo mal, mal, y esto también es agresión, pero contra el propio pueblo: espiritual, intelectual y emocional. La agresión que quema el cerebro y no permite que la gente vea la verdad.
Derecho a la verdad es lo primero que se le quita al pueblo del país agresor. La verdad les fue arrebatada hace tanto tiempo, que incluso cuando la ven con sus propios ojos, no creen en ella. Viven en el espejo, donde sus propios pecados fueron proyectados sobre el enemigo y convirtiéndose en los suyos.
Es una verdadera guerra: con asesinatos de civiles, terribles y sin sentido; las violaciones de niñas y mujeres, imposibilidad de acceder a ayuda humanitaria. Se trata de civiles, en el centro de Europa, que hoy, en pleno siglo XXI, mueren a balazos, heridas, hambre o sed.
Cuando empezaron a llegar las primeras noticias sobre estas terribles muertes, por alguna razón la muerte por deshidratación fue lo que me causó la primera y abrumadora impresión. La deshidratación es la ausencia de agua. Por su ausencia murió un niño. Luego muchos otros. Hoy hay 158 niños que murieron de diferentes maneras, pero por la misma razón: la guerra. Cuando termine de escribir este artículo, habrá más niños muertos.
¿Cómo esta guerra, que no tiene nada que ver conmigo, mi país o mi vida, rompió todas las grietas de mi alma y se hizo mía?
La historia es vieja. Mis abuelos nacieron en Kiev. Crecieron allí hasta que Hitler comenzó la guerra y mató a toda la familia de mi abuelo. Todos los judíos de Kiev, en 1943, fueron sacados de la ciudad y asesinados por ser judíos. Dicen fueron unas 200 mil personas en unos días. En un lugar llamado Babi Yar, donde se quedaron todos mis parientes, incluido mi bisabuelo.
Mis abuelos lograron irse antes. No volvieron a Kiev otra vez, y este país, para mí, que nací en Lituania y viví mi vida adulta en Israel y México, ya no me preocupaba. No era mi país.
Kiev me acompañaba una vez al año por trabajo y siempre disfruté de su belleza y cariño. Hoy es una ciudad hecha trizas, está temblando en convulsiones, oliendo a orina en el metro y en los sótanos.
Recorro mentalmente sus calles, consagradas por el sol (por alguna razón siempre estaban iluminadas por el sol cuando la visitaba), pasaban mujeres increíblemente bellas, en altísimos tacones y yo envidiaba su belleza y juventud. Estética y elegancia transmitía en cada paso, en cada movimiento de la cabeza.
Kiev siempre me parecía disfrazado. De repente se parecía a Barcelona, con su arquitectura; a San Francisco, con sus colinas; a Nueva York, con sus parques y río. Su pasado soviético asomaba por la mirilla, observando en silencio esta ciudad nueva, europea y muy limpia.
Olía a otoño. Las hojas de arce ya estaban pintadas con manchas multicolores. El sol derramaba oro sobre los árboles. ¿Llovía allí? Nunca me tocó. Era una ciudad perfecta, llena de cariño y abrazos.
Mientras escribía estas palabras, describiendo este cuadro colorido, otras ciudades se convirtieron en ruinas.
El mundo ha perdido color. Todas las fotos de esta nueva realidad son en blanco y negro. La guerra destruye el color. Quema todo a su paso y convierte una imagen en blanco y negro. Y así se alzan, entumecidas de horror, ciudades enteras, sobre las que aún flota el humo de las bombas y donde la vida humana trata de respirar lentamente: en los sótanos o bajo los escombros.
¿Qué es esto? ¿Esto no es una guerra? ¿Es el siglo XXI? ¿Está ocurriendo esto en Europa, que sobrevivió a la terrible Segunda Guerra Mundial? ¿Cuáles son los criterios del mal, cómo evaluarlo?
Como guía puedes tomar el proyecto de nuestro Museo de la Memoria y la Tolerancia, cual, aseguro, pronto repondrá su colección de crímenes de lesa humanidad de esta guerra.
¿Cómo construir una jerarquía de maldad, sufrimiento o nivel de delincuencia? Aquí adoptaron la definición de genocidio, de acuerdo con la Convención de 1948, porque por primera vez esta palabra se usó en el contexto del Holocausto.
Aquí, en Museo, es donde puedes leer las palabras de Stephanie Goldberg: “Recordar para crear generaciones con memoria. Recordar no para sufrir sino para aprender y transformar. Mostrar el dolor para despertar la conciencia y dar sentido a la existencia”.
Indiferencia, resentimiento, ira, odio, violencia, muerte, asesinato, genocidio. La fórmula se repite una y otra vez a lo largo de la historia humana. No aprendemos nada, pero lo más llamativo es que el propio país, que hace unos 80 años sufrió del fascismo, no aprendió nada. No existe la verdad allí, así como lo fue una vez en la Alemania nazi.
«La primera víctima de la guerra es la verdad», porque el mal nunca dice la verdad, necesita mentir para existir. La verdad viene después, dolorosamente, después de décadas, como llegó a los alemanes a finales de los años 60.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo dijo: «¡Nunca más!» («Never again»), pero el Museo deja esta frase con un signo de interrogación: ¿NUNCA MÁS? ¿Tiene el mundo suficiente memoria para poder prevenir los crímenes de lesa humanidad o el genocidio?
Hoy hay una respuesta a esta pregunta. Después de fotos de Bucha. El mundo debe detener esta guerra. Después de todo, nos prometió: “¡Nunca más!”.
#SaveUkraine.
P.D. Mientras escribía estas palabras, tres niños más fueron asesinados. Pura estadística.