Discreta, de paso firme, Gina Alfeirán es una publirrelacionista cancunense que se ha construido de manera autodidacta, aprendiendo de los grandes en el campo. De carácter afable, nos cuenta de sus primeros años en Cancún, del desarrollo de su carrera en las Relaciones Públicas y el impacto de esta en su propia vida.
Lo primero que celebra Gina es haber nacido un 20 de abril, el mismo día que se celebra la fundación de la ciudad en la que ha vivido la mayor parte de su vida: Cancún. Originaria de Mérida, Yucatán, creció, junto con su hermana Diana, bajo el cuidado de sus abuelos maternos. “Venían de pueblitos yucatecos y hablaban maya antiguo, pero a nosotros no nos permitían decir ni una sola palabra en maya, pues en ese entonces solo la gente humilde lo hablaba”.
Recuerda unas vacaciones de verano que pasó en Pisté, donde su mamá daba clases. “Había una tienda de artesanías y vendían cosas talladas en madera; cuando llegaban los guías de turistas, me sentaba a platicar con ellos y me encantaba oírlos hablar en otros idiomas, contando historias a gente de otros países. Decidí que eso quería ser de grande: guía de turistas”. Llegó a vivir a Cancún a finales de los setenta. “A mi mamá le ofrecieron una plaza en la primaria Margarita Maza de Juárez. Nos instalamos en Puerto Juárez; mi padrastro tomó la gerencia del hotel Isabel. Cuando faltaba el personal yo la hacía de cajera o de telefonista. Ahí nació mi gusto por la hotelería”.
Estudió la secundaria en la Federal 6. Menciona uno a uno a sus amigos y amigas de ese entonces. “Mi mamá, yo creo que para que no le estorbáramos, decidió meternos a los scouts”, dice entre esas carcajadas que suele echarse, limpias y enormes que le llenan la cara de alegría. Cuando llegué aquí, después de haber vivido con mis abuelos, y me encuentro con toda esa libertad”, dice abriendo los brazos, la maravilla suspendida en el aire… “¡fue mi primer momento de libertad, como si me hubieran soltado la cadena!”.
Se regresó a Mérida para estudiar la preparatoria. “En la escuela, en Cancún, del lado derecho tenía al hijo del dueño del hotel y del lado izquierdo al hijo del jardinero. Para mí, el llegar a un lugar en donde te preguntan ¿qué carro tienes?, ¿cuál es tu apellido?, ¿de quién eres hija?, fue un verdadero shock emocional”. Me cuenta un episodio que vivió ahí y que, dice, “pone el ejemplo de cómo Cancún tenía una apertura no solo social sino hasta feminista:
“En el salón de la escuela faltaban dos sillas. Los maestros dijeron que a los que llegaran tarde no les tocaría silla. Un día llegué tarde, y como tal, me senté en el piso. El maestro entonces se puso a regañar a todos ‘los caballeros’, pues ni uno solo me había dado mi lugar. Yo me enojé muchísimo, diciendo: soy igual que todos. ¡Me quedé toda la maldita clase sentada en el piso! Creo que esto lo supe por haber vivido en Cancún”.
Estudió hotelería y gastronomía en Conalep, y regresó a Cancún a cursar su último año, pues quería hacer las prácticas profesionales en un hotel grande, no en uno de Mérida. Entró a trabajar en Novedades de Quintana Roo. “Me pegué mucho con una compañera de trabajo. La acompañaba a todos los eventos; después de que ella tomaba las fotos, yo me acercaba a preguntar nombres y puestos, hasta del que no salía en la foto. Lo hacía para conocer a la gente”.
En esa dinámica conoció a Martha Remberg y Gaby Rodríguez. Cuando ellas abrieron su agencia de Relaciones Públicas, a la primera persona que contrataron fue a Gina. “Entré de secretaria; la hice de asistente; llamaba y coordinaba a las edecanes, escribía los cheques. También transcribía los manuales para los hoteles que contrataban los servicios de la agencia. Les preguntaba lo que no entendía y siempre estuvieron dispuestas a enseñarme. Pero cada vez que había eventos yo les suplicaba que me mandaran porque era la mejor manera de aprender.”
Al cabo de un tiempo hizo una pausa que le sirvió para irse a Veracruz, a vivir con su papá. De ahí, se fue a Valladolid, donde participó en un proyecto turístico de intercambio cultural. En Mérida entró a trabajar a Grupo Anderson y luego, a invitación de una prima, colaboró con una productora de videos. “Ahí conocí a David Salomón, quien ya tenía mucho éxito en Mérida como diseñador y como presentador en la televisión”.
Pero Gina sentía que Mérida no era el lugar donde quería desarrollarse. “Me regresé a Cancún y poco después conocí a Úrsula Hann, una hotelera super respetada, de quien aprendí muchísimas cosas. Lamento no haber trabajado más con ella”. Gina siempre se asegura de estar cerca de personas de quienes pueda aprender. Reconoce con humildad y gratitud a sus guías. “No tenía la universidad y esa era mi única oportunidad de crecimiento profesional”. Cada que había oportunidad, Gina se inscribía a los diplomados, sobre todo cuando llegaban personajes importantes de España y Argentina. Fue así como encontró a su mentor y amigo, Daniel Cohen, una de las autoridades académicas más reconocidas en el mundo en temas de comunicación y RRPP.
“Mi segundo momento de libertad fue cuando entré a Caribbean Carnaval. Ahí pude realizar todas mis locuras, mis ideas. Mi jefe me decía: haz lo que quieras, pero no uses mi dinero. Me dejó explorar y explotar mis conocimientos y mi creatividad”. De esa holgura, Gina ideó eventos como los famosos rallies nocturnos en la Zona Hotelera, en los que participaron todas las agencias de viajes. “Pero un día dije: y luego, ¿para dónde crezco; será que toda la vida me voy a quedar aquí?”. De un día para otro metió un CV en tres sobres diferentes, y los llevó a tres empresas importantes. Recibió respuesta de todos, pero al final se decidió por Grupo Xcaret. “Fue una experiencia maravillosa. Trabajar para grupo Xcaret es como trabajar para el Ritz Carlton: se vuelve tu segunda casa, un estilo de vida, te cambia la visión de las cosas”, dice, mientras intenta poner a raya su espectacular melena de rizos rojos.
Para ese tiempo, Gina tuvo a su primera hija, Penélope. Siempre inquieta, inició un negocio familiar de shows infantiles, y con la intención de quedarse en casa, trabajó para diversas marcas. Luego llegó Ximena, su segunda hija. “Estaba que me picaba los ojos. No me lo tomes a mal: adoro ser mamá, adoro a mis hijas. Pero yo necesitaba hacer mis cosas”. Así estuvo dos años, hasta que se unió al desarrollo del proyecto Parque Garrafón y después a Grupo Anderson. “Si hubiera sido soltera, menor de edad y me encantara la fiesta, hubiera sido mi trabajo ideal. En ese entonces tenía demasiados prejuicios como para trabajar en una empresa con tanta apertura. Tenía un problema, sentía que no encajaba”.
Decide así empezar a trabajar por su cuenta, toma la marca de David Salomón, y a partir de ahí, pone al servicio de quien la contrate su gran habilidad para detectar el talento en las personas y las empresas, para ver el mejor modo de comunicar los puntos fuertes de una marca. Se confiesa apasionada de las cosas tecnológicas. “Si me das a escoger entre un gadget y una crema o un perfume caro, me voy por el gadget”. Tuvo redes sociales mucho antes de que las marcas las tuvieran. Le gusta estar a la vanguardia y mantiene un intercambio de información con gente mucho más joven que ella. “Ahora es a los que les tengo que aprender, no como antes que le aprendía a mis mayores”.
A pesar de su entereza, hubo una época en la que se sentía perdida. “Pasé por una depresión muy fuerte. Entonces me hice un estudio, el mismo que le aplico a mis clientes, y detecté que el primer problema era conmigo misma, empezando desde mi ropa. Ya no quería lo que tenía, estaba buscando mi próxima libertad”.
Gina habla con entusiasmo del tiempo que compartió sus conocimientos con los alumnos de Estudio Creativo. “Aprendí mucho de ellos”, comenta. “También del chef Christian Morales; el me abrió los ojos al mundo de la gastronomía. Tanto él como David (ambos clientes) son mis consejeros; acudo a ellos y siempre recibo su apoyo”.
Gina dice moverse en ambientes que suelen rayar en lo superficial. “Necesito tocar tierra a cada rato”. Es entonces cuando llama a sus amigas, las de su juventud cancunense, con quienes comparte risas y “las mismas cosas que nos hacían reír antes”. También lo hace al dedicar tiempo de calidad para sus hijas. “En todo mi proceso profesional, que ha sido maravilloso, a veces me he llevado entre las patas a mis hijas, pues han tenido que aguantar que no pase tanto tiempo con ellas. Pero lo han comprendido y en la medida que puedo, trato de no descuidarlas, de estar presente en sus vidas”.