Gianella -guapa, fuerte, vehemente- nació en Torreón, Coahuila. Luego la familia se mudó a San Pedro de las Colonias. “Es donde nació Madero“. También donde nació su hermana menor. De ahí, la familia se mudó a la CDMX.
Ángel -de mirada larga, hablar pausado y consciente- nació en Granada. “Una ciudad muy bella de España. “Ahí crecí hasta que fui al servicio militar. Cuando salí, solicité una residencia en Canadá”. En Montreal se inició en la hotelería, aunque esta incursión tiene lazos con los recuerdos de su tierra natal. “El Festival Internacional de Música y Danza de Granada se celebra en el Generalife, entre otros escenarios de la ciudad, durante los meses de junio y julio. Siempre me gustó aquello, me encantaba aquel ambiente”.
Pasados dos años recibió la oferta de irse a las Bahamas a trabajar. “Ya no quería pasar más frío y acepté. Me fui a Free Port. Ahí tuve un accidente muy tremendo. Me dieron 132 puntos del cuello para arriba”.
“Ahora no se le nota”, interviene Gianella. “Pero cuando lo conocí le pregunté de la cicatriz. Es que yo era torero, me dijo. ¿Ah, sí? No te creo. Sí, esto es de una cornada”, cuenta divertida.
“El médico que me cosió me dijo: usted tenía cara de niña, usted necesitaba esto para que pareciera varonil”. Esta manera de Ángel de reírse de sí mismo la deja a una totalmente desarmada…
“La verdad se portaron muy mal los de la compañía de seguros. Por otro lado ya estaba un poco harto porque hay mucha discriminación en las Bahamas hacia los blanquitos… Había mucha presión social. A mi me gusta participar en los asuntos de la comunidad, pero por lo mismo no era muy bienvenido”. Estuvo un breve periodo en Jamaica. “Pero me pasaron muchas cosas en ese tiempo: murió mi papá, y yo con mi cara…”.
De ahí, Ángel se fue a los Estados Unidos. “Mi vida ahí fue como un turning point. La hotelería que yo llevaba hasta entonces era muy superficial. Estaba todo muy bonito, pero no tenía corazón, no tenía alma todavía”.

Ángel se refiere a esta etapa como una de conversión. “Yo creo que fue el sentimiento que me dejó el accidente, o quizá la muerte de mi papá, pero ahí hubo como un espacio de soledad profundo”. Encontró en el budismo y el yoga un camino al desapego, a la introspección y la búsqueda profunda. Esta filosofía formó parte de Ángel en todos los aspectos de su vida. Inclusive en la hotelería, logrando que el personal del hotel donde fue contratado adoptara la amabilidad como insignia. “Había que meterse esto en la cabeza: ser amable. Cuanto más amable seas más vas a progresar”.
Un viaje a España, en barco, al reencuentro con su madre, le renovó los ánimos. A su regreso se integró al equipo de un hotel que promovía el wellness, cosa que le cayó perfecto para su recién adoptado estilo de vida. Y después de pasar dos meses en Roma, regresó a los Estados Unidos para montar la primera Hosteria Del’Orso, restaurante de larga tradición en la vieja Italia. “Tuvimos mucho éxito”, relata orgulloso. “Hasta que se cruzó esta mujer en mi vida”.
Para esas fechas, Gianella trabajaba en la CDMX, también en hotelería, dedicada a las Relaciones Públicas. “Ángel llegó al Hotel Alameda, porque lo trajeron de Estados Unidos para incorporarlo a los hoteles Camino Real. Un día estaba en el lobby con unas personas, y lo vi pasar, y dijeron algo de él. Yo lo vi y, bueno… ¡fallezco nada más de verlo!”. Pasado un tiempo, Gianella fue a una entrevista de trabajo. Había corrido el rumor de que era casado. “Él me invitó a un café, y ahí le pregunté si era soltero o casado. Me dijo que tenía cinco hijos, luego me dijo que no. Estuvimos tomando un té de manzanilla porque no tomaba café. Cuando llegué a mi casa le dije a mi mamá que había conocido a un muchacho con el que me iba a casar”. Fue tal su certeza que mandó a grabar en tarjetas de presentación: Gianella Soto de Carvajal.
Con candidez absoluta, Ángel confiesa: “Me enamoré de Gianella cinco minutos antes de conocerla”. El comentario abre una pausa para cruzar una de esas miradas que los ratifica como cómplices de una historia bien vivida.
Dos meses después de verse por primera vez, estaban casados.
Él llegó a Camino Real Cancún, al área de Alimentos y Bebidas en el 75. “Es el paraíso, te va a fascinar”, le decía a Gianella, que había perdido a su primer bebé y se recuperaba en CDMX. “Cuando llegué, tenía una depresión postparto muy fuerte. ¡Qué cosa más horrible, vivir en Cancún en ese entonces! Lleno de moscos, se te metían los insectos en los zapatos, sin familia, no conocía a nadie, no había nada para nuestra casa. Mi mamá me mandó por avión, lavadora, refrigerador, ¡todo!”. Pronto encontró trabajo, en la tienda de deportes de Camino Real y empezó a agarrarle gusto a la nueva ciudad.
Bueno, hay que admitir que vivir en Cancún en esos tiempos tenía su grado de dificultad…
“Sí. Un día casi se muere Ángel. Queríamos arreglar la casa y nos cruzamos donde hoy es Puerto Cancún -era puro manglar- a cortar algunas plantas para la casa. Había un arbolito bien bonito, con sus hojitas brillosas… Cuando llegamos a la casa, estaba lleno de ámpulas”.
¡Se “enchechenó”!1
“¡Sí!”, continúa Gianella. “Fuimos con Orencio, el doctor al que llamaban El Brujo”. El asunto se volvió de urgencia y terminaron en el Hospital Español en CDMX. “Había una junta de médicos que le tomaban fotos porque era algo extraño. De puro churro pasó un médico que era de Chetumal. Le quitó los medicamentos, le pusieron unos polvitos en fomentos y ya. Eso era lo difícil”, admite Gianella. “Lo demás era: a mi hora de comida me iba a la playa, me embarraba de aceite, comía queso brie con uvas. Y luego regresaba a trabajar”.
Ambos han aportado su talento y recursos a la comunidad. Él, como uno de los primeros presidentes de la Cruz Roja, empezó estableciendo los procedimientos y lineamientos de la organización. “Había que ir a pedir a las instituciones oficiales los donativos porque no había nada. Era un puesto de socorro, nada más”.
Gianella, como pionera del grupo Arcoíris, fue parte del primer evento privado de Carnaval, organizado específicamente para recaudar fondos. “En aquella época a la Cruz Roja de Cancún nadie la pelaba; no nos mandaban ni alcancías para la colecta. Entonces envolvíamos cajas de zapatos y les pegábamos una cruz, y con eso hicimos las colectas. Ángel se llevaba cortinas de mi casa para ponerlas allá en la Cruz Roja, porque no había no había dinero. Todo era muy muy precario, pero lo hacíamos lo mejor posible”, comenta Gianella, con entusiasmo por demás contagioso.
Ángel fue también Cónsul Honorario de España. “Todas las Navidades conseguía, con otros españoles, víveres para llevarle a los presos en Chetumal. Ya cuando salían los llevaba a la casa. Se dormían ahí, les regalaba ropa y maletas para que se regresaran a España”. Gianella pausa y reflexiona. “Yo ahorita que lo pienso digo ¡wow! Pues podría haber sido hasta peligroso. Pero así es él…”.
“Me tocan fibras muy profundas estos recuerdos”, dice Ángel, conmovido.
Hasta el día de la entrevista yo desconocía que el camellón donde hoy se ubica el asta bandera monumental -que nunca tiene bandera, por cierto-, en el boulevard Kukulkán, tiene por apodo “el plátano”. Mucho menos sabía que ese espacio alguna vez tuvo uso de suelo condominal. Pues resulta que gracias a la intervención de Ángel, ese espacio se convirtió en el área verde que hoy conocemos.
Durante el paso del huracán Gilberto quedó destrozado el muelle donde atracaba el barco Fiesta Maya. Cuenta Gianella: “Ángel fue a pedir las maderas que quedaron y con eso construyó unas bancas. Luego fue a un vivero de Fonatur y empezó a sembrar árboles y plantas”.
Él desaparece un momento y regresa con un cuaderno engargolado, con fotostáticas de láminas pintadas a mano, con estudios para que el camellón se convirtiera finalmente en parque. “La propuesta de nombre era Parque de Solidaridad, porque la sociedad de Cancún se hizo solidaria cuando el huracán Gilberto. Y las tres cosas que caracterizan la solidaridad en el individuo son: grandeza, consecuencia y vigor”.
El proyecto nunca se hizo, concretó, pero queda en los Carvajal la satisfacción de haber rescatado ese espacio.
(Y en nosotros la gratitud a ellos por haber logrado su conservación).
Su participación activa en la comunidad les ha generado un profundo sentido de arraigo y pertenencia. Para Gianella fue lo que cambió todo. “No puedo creer que alguna vez no me gustó Cancún. Pero una vez que empecé a participar me di cuenta que soy parte de todo esto, que somos parte de la historia. Es algo muy inusual que se mete en el corazón”.
Ángel considera su participación activa en la ciudad desde la más modesta cotidianidad. “Pues es como si fuera tu casa, ¿no? A ver qué pongo para ir construyendo, para ir cimentando. Son escalones que se van haciendo. Estamos poniendo los cimientos de una ciudad”.
Al frescor de una copa de vino blanco, con la espléndida vista hacia los jardines urbanos pletóricos de verde que se disfrutan desde su amplio apartamento, la entrevista se diluye en torno a los cambios que vienen para nuestra ciudad, la densificación, la contaminación de los mantos freáticos, el tráfico…
Traemos a la memoria un Cancún más simple,
y brindamos…
- Reacción urticante al estar cerca o tocar el árbol de chechén, abundante en Cancún ↩︎