El mundo del arte contemporáneo lamenta la pérdida del icónico escultor Richard Serra, cuyo legado perdurará a través de sus imponentes obras de acero oxidado que desafiaron los límites de la forma y la percepción. A los 85 años de edad, Serra falleció en su hogar en Long Island, dejando tras de sí un vasto repertorio de esculturas que han marcado el paisaje cultural internacional.
Conocido por sus imponentes muros de acero, que adoptaban formas circulares y abrazaban al espectador con su monumentalidad, Serra se distinguió como un visionario que transformó el espacio con su arte. Su técnica distintiva no solo invitaba a la contemplación, sino que también instaba al público a adentrarse en sus estructuras, interactuando con el entorno de una manera única y envolvente.
El abogado del artista, John Silberman, confirmó que la causa de su fallecimiento fue una neumonía, según informó el periódico «The New York Times», sumiendo a la comunidad artística en un profundo pesar por la pérdida de uno de sus grandes maestros.
Las creaciones de Serra han dejado una huella imborrable en algunas de las instituciones artísticas más destacadas del mundo, desde el Museo Reina Sofía en Madrid hasta el Museo de Arte Moderno (MoMA) en Nueva York, así como en la Fundación La Caixa en Barcelona y el Museo Guggenheim de Bilbao, donde sus obras han sido aclamadas por críticos y espectadores por igual.
En sus propias palabras, Serra se definía como un artista interesado en la forma, desentendiéndose de la mera creación de imágenes para explorar la esencia misma de la estructura y su relación con el espacio que ocupa. En una entrevista con el Museum of Modern Art en 2012, expresó: “Si se está interesado en la forma, hay que entender de dónde vino, cómo se desarrolló”, revelando así la profundidad de su enfoque artístico.
Nacido en San Francisco en 1938, Serra cultivó su pasión por el arte desde una edad temprana, eventualmente forjando su camino a través de la Universidad de Berkeley, donde trabajó en un acerero para financiar sus estudios, y luego a la Universidad de Yale, donde estudió pintura bajo la tutela del renombrado artista Josef Albers.
En 1966, Serra tuvo su primera exposición en solitario en la Galleria La Salita en Roma, Italia, marcando el inicio de una carrera artística que lo llevaría a ganar reconocimiento internacional. En 1970, tras múltiples exhibiciones en su país natal, el artista recibió la prestigiosa beca Guggenheim, un hito que catalizó su exploración de las esculturas de acero que se convertirían en su sello distintivo.
Fue durante esta época que Serra se inspiró en los jardines zen de Japón, adoptando la filosofía de la experiencia sensorial y la interacción física como elementos fundamentales de su obra. Sus esculturas, imponentes en su presencia y cautivadoras en su simplicidad, continúan desafiando las percepciones del espacio y la forma, recordándonos el legado perdurable de un verdadero maestro del arte contemporáneo.
En la despedida de Richard Serra, el mundo del arte pierde a un visionario cuya influencia seguirá resonando en las generaciones venideras, recordándonos que el verdadero arte trasciende el tiempo y el espacio, dejando una marca indeleble en la historia cultural de la humanidad.