La pregunta central que se ha planteado la humanidad desde sus inicios es ¿y a donde vamos cuando morimos? diferentes religiones y culturas han dado respuestas diversas según sean las creencias de sus países de origen y continentes. Pero nadie sabe a ciencia cierta que pasa en el más allá.
EL simbolismo de la muerte de los pueblos prehispánicos, en especial las calaveras, no gustaba en Europa, pero hoy existe una mayor comprensión sobre la historia nuestra; un ejemplo es la calavera de cristal de roca que se exhibe en el Museo de Viena cerca del Penacho de Moctezuma -ambas tienen tiempo ahí-, y el trabajo que han hecho nuestras embajadas y consulados para difundir nuestras tradiciones en el mundo; de manera que hoy se aprecian mucho más. (También) ¿Recuerdan ustedes el desfile de las catrinas y las parcas en la Plaza mayor y en la Avenida Reforma que se hizo famoso con la película de James Bond filmada hace unos años?
Hay que recordar que la cosmogonía de nuestros antepasados se basaba en la coexistencia entre la vida y la muerte. Un símbolo fueron los ‘Tzompantlis’ que eran altares construidos con los cráneos de fallecidos y sacrificados a los dioses. A la vez estaban convencidos de que los muertos iniciaban un largo viaje por el inframundo o ‘Mictlán’ y cada año durante un mes festejaban y veneraban a los muertos cuyas almas regresaban para continuar su viaje.
Felizmente, esta tradición sobrevive hasta nuestros días, adaptada a la cultura popular, vemos los altares de muertos que se han transformado en obras artísticas, donde cada quien coloca las fotografías de sus seres queridos, su platillo favorito, pan típico, aguas de sabores y colores, calaveritas de azúcar con sus nombres, veladoras y cirios y las hermosas flores de cempasúchil para indicar el camino a casa, a las almas.
Les dejo un verso de Francisco de Quevedo el gran poeta del siglo de oro español que dedico a todos los que han partido al Mictlán, pero que en estos días volvieron a visitarnos
Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido, — su cuerpo dejará, no su cuidado; serán cenizas más tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.