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    OpiniónCrónica del domingo: Carlos Loret de Mola

    Crónica del domingo: Carlos Loret de Mola

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    Ya todos sabemos lo que va a pasar. Este domingo, el gobierno juntará a cientos de miles de personas. En las redes, los obradoristas dirán que son millones de personas. Que abarrotaron el Paseo de la Reforma, el Zócalo, las calles aledañas y sobre todo -porque ese es el objetivo central de la movilización- que fueron muchos más que los que juntó la marcha a favor del INE hace dos semanas. El presidente está extraviado tratando de demostrar algo que es inobjetable: nadie tiene su capacidad de movilización. Si durante años pudo llenar el Zócalo cuando quiso desde la oposición, con más razón ahora que está en el gobierno: tiene todos los recursos a su disposición, Morena es el partido que recibe más dinero del presupuesto y cuenta con 20 gobernadores que son sus operadores electorales. Un montón de gente irá por su propio pie y habrá también un montón de acarreados.

    Más cotizado que un boleto para el México-Argentina en Catar va a ser el lugar más cerca del presidente durante la marcha. Desde luego a su lado estará su esposa. ¿Y luego quién? ¿Claudia, Marcelo, Adán? Acudirán sus 20 gobernadores y habrá “carreritas” entre ellos a ver quién logra un mejor lugar junto a López Obrador. Competencia por la mejor selfie. Lo mismo entre sus senadores y diputados. Varios se delatarán en redes sociales haciendo algún ridículo. Va a estar su gabinete, pero no los militares, por mínimo pudor. Estará Delfina, porque no tendrá mejor acto de campaña. Querrá destacar Mejía, el subsecretario desesperado por ser gobernador de Coahuila. El desfile de impresentables dejará mal parado al movimiento: Bejarano, Bartlett, Esquer. Pío no irá, tampoco Martinazo. No son tan torpes. De algo se quejará Noroña. Estarán todas sus estrellas del periodismo de Estado. Y encabezándolos, todo lo retratará en primera fila, cámara al hombro, Epigmenio Ibarra.

    ¿Qué va a decir López Obrador? Lo de siempre. Que ya logró sentar las bases de la transformación. Que es irreversible. Que la derecha conservadora ha querido mantener sus privilegios, pero que el pueblo no es tonto y por eso se manifestó masivamente. Que ya no hay corrupción. Que la economía mejora. Que la inseguridad va cediendo. Que ya no gobierna la oligarquía. Que se ha atendido a los pobres como nunca antes. Que la refinería ya casi refina. Que el AIFA ya casi tiene más vuelos. Que el tren maya ya casi está listo. Que ya pronto tendremos un sistema de salud de clase mundial. Y que todo lo que no ha salido bien es culpa del modelo neoliberal o de la pandemia. Que él está satisfecho y que sabe que su legado continuará después de que él se vaya.

    Saciado el ego, demostrando que su marcha es más grande que la de sus rivales y que no ha dejado de ser el rey del Zócalo, el presidente estará exhibiendo su mayor debilidad: no tiene logros de gobierno desde los que pueda construir la sucesión presidencial del 2024, así que lo único que le queda es regresar a la vieja fórmula de llenar las plazas de gente y de palabras. Eso, que parece hacerlo fuerte, a estas alturas lo hace vulnerable.

    Podemos ver tranquilos el Mundial. El presidente se ha vuelto predecible.

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