Nada de lo humano me es ajeno
En la frase del romano Terencio, si sustituimos lo humano por la palabra Cancún, tendríamos la divisa perfecta para una revista que, a base de enjundia y perseverancia, se ha convertido en insignia de la ciudad: Cancuníssimo.
Nada de Cancún me es ajeno…
Mal recuerdo –los años no pasan en balde—una mañana de hace tres décadas, en la Ciudad de México, cuando Vicente Álvarez Cantarell me buscó para contarme que pensaba hacer una revista así y asá, de este modo y de este otro, con tales secciones y tales diseños, pero con un tema exclusivo y central: Cancún.
Una apuesta arriesgada, que desde el título se identificaba con la suerte y con la esencia de la ciudad recién creada, una comunidad de brazos abiertos que crecía con oleadas de forasteros. Provenientes de todos los rincones de México, nativos de muchos países del orbe, los recién llegados vieron con simpatía una publicación que hacía que la causa fuera común, que el destino se volviera propio. Más que una marca comercial, Cancuníssimo era una afirmación: ahora de aquí somos, aquí nos encontramos, así vivimos…
Nada de Cancún me es ajeno: buena divisa, que la publicación ha colmado con creces. La política, la economía, la historia, la gastronomía, la moda, el arte, y como hilo conductor, la vida en sociedad: todo cabe en esta surtida alacena que supieron abastecer Vicente y su dupla magistral, su hermana Margarita, tan asimilada al proyecto que de ahí deriva su mote social y su correo electrónico, Margaríssima.
Los cincuenta años de Cancún están encerrados en esas páginas. Los más recientes, turbulentos y movedizos, han tenido su espacio en la edición impresa, y luego en la digital, que en conjunto ofrecen un mosaico de la vida y milagros de una ciudad próspera y versátil que de pronto adquirió renombre universal. Mas los editores tampoco han descuidado las raíces comunitarias. Entonces y ahora, se empeñan en completar su radiografía con las historias de Cancún cuando fue pueblo: las hazañas de los pioneros, la llegada de las primeras familias, las anécdotas de los apellidos que van sumando generaciones.
Nada de Cancún les ha sido ajeno, ni extraño, ni remoto. Ahí están los pulsos concentrados de la urbe, sus éxitos, sus modas, sus extravagancias, sus disparates, y es de esperar que, junto a esa labor de filigrana, los editores hayan tenido la precaución de guardar y salvaguardar una colección completa de la revista, que sin duda será materia de consulta y estudio para los historiadores del futuro.
Hay que brindar por tanto empuje, hay que reconocer que la idea fue luminosa, y hay que aplaudir a los Álvarez Cantarell por su devoción a nuestra causa común: Cancún. Ojalá que esa dupla aguante otros treinta años.
Por: Fernando Martí