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    Bárbara Montes Contadora de Aves y de Historias

    Opinión

    Ha dedicado la mayor parte de su vida a la observación y estudio de la flora y fauna de nuestra región. Escucharla es hacer un viaje en el tiempo, cuando en cancún la expresión de la naturaleza había sido apenas tocada por el hombre.
    Conocida en Cancún como Bárbara Montes, Barbara MacKinnon Haskins de Montes nació el 1 de enero de 1938 en un pueblo cercano a Nueva York. Llegó a México a principios del 69 en plan de vacaciones. No sabía qué iba a hacer a su regreso, pero eso resultó no ser un problema. En la playa de Puerto Vallarta conoció al yucateco Alberto Montes Laviada, y menos de cinco meses después ya estaba casada con él.


    Se fueron a vivir a Yelapa, un pequeño pueblo de pescadores al sur de Puerto Vallarta, para luego radicar en la CDMX. En diciembre de 1970 viajaron a Mérida para pasar las fiestas de Navidad. Cuenta Bárbara que fueron a Isla Mujeres, y antes de regresar a Mérida, conoció la isla de Cancún. «Al bajarnos del ferry La novia del mar, en Puerto Juárez, mientras recogíamos nuestro Volkswagen en el estacionamiento ubicado junto al único hotel de toda el área -solo tenía siete habitaciones-, Alberto propuso que fuéramos a ver lo que estaba pasando con el nuevo proyecto turístico de Cancún. Nos detuvimos donde hoy empieza el boulevard Kukulcan, frente a una pequeña casita que le daba sombra a un señor de pelo blanco». Este señor había sido contratado para avisar a los visitantes que no estaba permitido acampar en la zona.
    Nos transporta con nostalgia a los inicios de Cancún. «Bordeamos por un camino blanco el mangle de la Laguna Nichupté, al sur; y el mar Caribe, al norte. Al llegar al puente de madera para cruzar el canal donde se junta el mar con la laguna vimos un tiburón de buen tamaño, nadando, agua abajo. Llegamos a la única casa que no estaba hecha de guano, ubicada al lado este de la isla».
    La casa era de José Lima Gutiérrez, presidente del Consejo Nacional de Turismo de México, y concuño del entonces presidente Luis Echeverría. «Nos paramos enfrente de la reja; mi esposo se bajó del coche y llamó al cuidador, Rudy, un joven de Isla Mujeres, que reconoció a mi marido. Alberto le pidió permiso para subirnos al techo de la casa. Desde ahí pude ver todo Isla Cancún. Tomé fotos para retratar la extensa playa con las olas bañando la blanca arena, sin un alma a la vista y el amplio cocal bordeando la laguna atrás. La pureza de la naturaleza fue abrumadora».
    Vivieron del 74 al 75 en Isla Mujeres, contratados por Lima Gutiérrez para trabajar en su hotel Zazil-Há; y en la Regata Sol a Sol. «Nos invitaban con frecuencia a salir en los yates de los visitantes de Texas: también podíamos usar una lancha rápida del hotel, por lo que hicimos muchos viajes dentro de la Laguna Nichupté; a Isla Blanca, para pescar macabí; y a Isla Contoy, el santuario de las aves.


    «Recuerdo que, desde la ventana de nuestro cuarto rentado en Punta Sur, vi, por encima del nivel de la selva de Cancún, el primer tanque de agua elevado». No fue hasta mayo del 76 que la pareja se mudó a Cancún. Alberto había sido con- tratado por Jorge Escalante para cuidar sus dos yates: e/ Más-o-Menos y La Strega. «Después de tres mudanzas en cuatro meses nos quedamos en las suites Alborada sobre la avenida Náder. Ahí vivimos seis años hasta que nos mu- damos al retorno Robalo de la supermanzana 3».
    Antes de su llegada, la pareja había iniciado un negocio de tours en barcos con un banquero de Mérida. Bárbara hizo su primer tour sobre las aves y la cultura maya de la Península de Yucatán y Palenque con veinticinco miembros de la Sociedad Nacional de Audubon. «El itinerario incluyó una comida en el restaurante de playa Chac Mool, antes de llegar a dormir a las cabañas de Akumal».
    En otoño del 77 entró a trabajar a la tienda Sportif, de Hans Lubbe, en el Centro de Convenciones. «Era la época en la que llegan las aves migratorias del norte. Vi con tristeza cómo esas aves chocaban con los vidrios de las tiendas. Le pedí al vigilante del lugar que me trajera los cuerpos de las aves y las guardé en mi congelador para después reportarlas a Allen Phillips, experto en las aves de México, y con quien estuve en constante comunicación desde 1976».
    Bárbara dejó su trabajo para dedicarse a aprender a identificar de mejor manera las aves. «Salía casi a diario a la selva, a la playa, a donde fuera». Gracias a la relación de su esposo con un amigo de Norberto González, director del Centro Regional de INAH en Mérida, obtuvo un permiso para entrar a los sitios arqueológicos San Miguelito y El Rey, ubicados en la parte de la isla restringida al público. «Hice de Cancún mi laboratorio», dice, contundente. El permiso le daba también entrada a la zona arqueológica de Cobá fuera del horario de visitas. «A cambio, yo tenía que dar los datos que iba recopilando sobre las aves. Mi intención en esa época era crear una reserva ahí».
    Un caudal de recuerdos, rostros, lugares, nombres y fechas habitan su mente. Tiene clara la memoria de sus ojos y lo que el paisaje -aún indomado- de Cancún regalaba sin reservas. «Cada vez que entraba a la zona restringida era como entrar a otro mundo. Cuando terminaba mi visita en El Rey subía la brecha que pasaba por un tramo de selva densa en la parte trasera de la duna hasta llegar arriba, donde abundaban las palmas de chit, la vegetación baja, el bello mar Caribe. La playa estaba a la vista, abajo. Una palmera solitaria marcaba el principio de la brecha desde la playa».
    Conoció a la arqueóloga Rocío González de la Mata, una tica, vecina de la Náder, en ese entonces delegada del INAH para la zona norte de Q. Roo. «Salía con ella y su compañera de trabajo Eli Trejo para conocer los sitios arqueológicos que estaban selva adentro y los que estaban sobre la costa».

    
    Impulsada por un ardiente amor por la naturaleza, se acercó a profesionales que la impulsaron a convertir su pasión en datos que sirvieran a la ciencia. «Fue el mismo Allen Phillips quien me motivó a conservar todos mis datos sobre las aves en Isla Cancún, pues en una ocasión me escribió (lee el texto traducido del inglés al español): Previo a su desarrollo, el Instituto de Biología de la UNAM había invertido una fuerte suma de dinero en la investigación biológica de la isla, pero en realidad dicha investigación no llegó a llevarse a cabo y la zona se mantenía inexplorada.
    Desarrolló un listado que llegó a 241 especies entre 1977 y 1983 sobre las aves en Isla Cancún y el área que la conecta con la tierra firme; y realizó una colecta botánica que después fue identificada por el investigador José Salvador Flores, quien trabajaba para la oficina de INIREB1, en Mérida. Ya como profesor en la Autónoma de Yucatán, años después, Salvador y sus colaboradores hicieron una colecta para luego publicarla. «Pero como no incluyeron varias especies de plantas que yo había recolectado, escribí un artículo sobre todas las especies, en el que también incluí mi lista de aves».
    En 1976, Tita Gleasen, esposa de Jorge Gleasen, en ese entonces director de FONATUR, tuvo la iniciativa de crear un aviario en Isla Cancún. Empezó el proyecto en un terreno en la selva, al lado de un cenote y el aeropuerto original de Cancún. «El plan era, después de capturar las aves y de reproducir ejemplares de otros, llevarlas al islote que está junto al bulevar Kukulkán antes de llegar al puente. También existía la intención de contratar a expertos del zoológico de San Diego que vendrían a estudiar la situación. Tita contrató como director del proyecto a un amigo mío, Rafael Castillo, técnico a cargo de los animales del Parque Centenario de Mérida. Desgraciadamente, ya por el 79, todavía no había presupuesto designado para el proyecto y no lograron hacerlo».
    A finales de ese mismo año, Raquel Alarcón, esposa de Alfonso Alarcón Morali, primer presidente municipal de Cancún buscó a Bárbara después de leer un artículo suyo en Novedades de Yucatán, acerca de la colonia de charranes en un islote en Punta Cancún. «Tomé un café con ella en su casa mientras hablábamos. Me propuso ser su columnista invitada para escribir sobre la vida silvestre de Cancún en la sección Vistas del periódico The News, que salió el mismo mes. Mientras estaba en su casa vino Emilio, un pescador que tenía su choza en el brazo norte de la isla, para venderle pescado, que después ella compartió conmigo».
    Bárbara hizo amistad con Emilio. «El 1 de enero del 80 me llevó a conocer una de las lagunas ciegas un cenote que se forma con agua subterránea dentro del mangle, donde brota agua dulce», explica, «de la parte suroeste de la Laguna Nichupté».
    El pescador había cortado el mangle suficiente para entrar en un barquito pequeño. «Pero tuvimos que jalarnos de las ramas para pasar por algunos lugares. Una vez adentro, la laguna era bastante grande. Recuerdo haber encontrado entre ocho y diez anhingas (pato aguja americano) en un islote en medio de la laguna, cuando nunca había visto más de dos juntas».
    Trabajó en Viva México, la tienda que recién había abierto el empresario yucateco Carlos Calocho Millet. «Luego me contrataron para trabajar en ventas los socios americanos de Calocho y su primo Armando Millet en el del time share de Club Internacional». Y ahí estuvo hasta 1988.
    Inquieta, gregaria, En enero de 1984 un grupo de mujeres, expats americanas, liderado por Lorraine Lara, representante del Consulado Americano en Cancún, formó el International Women’s Club, un grupo heterogéneo que atrajo a mujeres de diferentes nacionalidades. «Fui coordinadora del Comité de Servicios Sociales con el cual, entre otras actividades, apoyamos la creación del CAM (Centro de Atención Múltiple) a través de su directora, Lily Zaldiva».
    Años de observación, de colectar especies de flora y fauna en la región, de investigar, de crear lazos entre expertos nativos y profesionales investigadores, Bárbara McKinnon/ Bárbara Montes, se forjó una impecable reputación de pajarera. En 1986 fue invitada a ser una de las fundadoras de Amigos de Sian Ka’an A.C. «Es una organización que se formó a petición del gobierno federal para apoyar la conservación de la Reserva de la Biosfera Sian Ka’an y todos los recursos naturales de Q. Roo. Tuve el cargo, en dos periodos sucesivos de Presidente Fundadora, y un tercero entre 1994 y 1996». Fue esto lo que la motivó a dejar definitivamente su trabajo con los Royal Resorts, para dedicarse en cuerpo y alma a la misión para la cual, estamos convencidos, vino a este mundo. «Es la actividad que sigo haciendo hoy en Mérida, donde radico desde el 92».
    Con 85 años maravillosamente vividos, Bárbara publicó sus memorias en 2023. «Pajarera del Mayab es un libro que contiene muchos más detalles de la gran aventura que fue participar en el desarrollo de Cancún desde los 70», concluye, sabiendo que quedan muchas historias por contar, así como aves surcan aún nuestros cielos.

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