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    Víctor Sardaneta, un clásico cancunense

    Vivió en carne propia las revueltas estudiantiles y los enfrentamientos con el Ejército Mexicano; asistió al legendario concierto de Rock y Ruedas, en Avándaro. Llegó a vivir los primeros días de aquel Cancún que se abría a la demanda turística; fue iniciador del futbol americano local, así como de los primeros clubes de windsurf, un deporte muy de moda en las primeras décadas de la vida cancunense.

    Opinión

    Originario de la CDMX, nacido en diciembre del 50, Víctor Sardaneta vivió sus primeros años en la Condesa, junto con sus cuatro hermanos; su padre, periodista; y su madre, ama de casa. Estudió en la Vocacional 5. “Sí, fui de la generación del pelo largo, la libertad sexual, la mariguana”.

    Viene al caso el tema de las revueltas estudiantiles. “El mero día de la Noche de Tlatelolco no fui, porque estaba en casa de la que en ese entonces era mi novia”, dice, después de una reseña detallada, en primera persona, de lo que vivió, no solo la noche, sino casi todo ese fatídico año. A decir verdad, vale la pena una entrevista aparte. “Después de la masacre del 68, los jóvenes quedamos deprimidos y muy lastimados. El concierto de Avándaro nos ayudó mucho porque fue un enorme desahogo”.

    Entró al ITAM a estudiar la carrera de Economía. También se integró a Cherokees, el equipo de fútbol americano de la Ibero. “Mi buen amigo, Armando Arizpe, que también jugaba en Cherokees, me habló de Cancún. “¿Qué es eso?, le pregunté. Me dijo que se trataba de un desarrollo nuevo que estaban construyendo en el sureste del país”. Confiesa que siempre tuvo deseos de vivir cerca del mar. Llegó a Cancún por primera vez en el 75, después de aceptar la invitación de su amigo, quien para esa época era jefe de personal en el Aristos. “Me quedé en la supermanzana 25, en una de esas casitas de inmobiliaria Kan-Kun con el techo de nacax que podías tocar con la mano”. Cuenta Víctor, afable y entrañable personaje de la historia cancunense que, de vuelta en la CDMX, y por intervención de un tío suyo, acudió a una entrevista de trabajo con quien algunos llaman el padre de Cancún, don Antonio Enríquez Savignac. “Fue muy amable, un tipazo. Me mandó con Pedro Dondé, ahí mismo en las oficinas centrales de Fonatur, en Isabel La Católica número 24, si la memoria no me falla”.

    Víctor Sardaneta, un clásico cancunense
    Víctor Sardaneta con sus hijos

    Después de un periodo de adaptación, Sardaneta llegó a Cancún en junio del 76. Le dieron la jefatura de Estudios Económicos, que había estado a cargo de Eduardo Tacker desde el 74. Al poco tiempo de haber llegado, le asignaron una habitación en la casa 19, subiendo la loma del retorno Mero, en la supermanzana 3. “Eran casas muy bonitas, frescas, con cuartos individuales”. Su antecesor lo llevó a conocer los hoteles que habían abierto, entre la zona urbana y zona turística, que para ese entonces sumaban alrededor de quince. “Me presentó con los gerentes de División Cuartos porque de ellos recabábamos la información del Barómetro Turístico. Me daban todo en hojas, hotel por hotel. Lo mismo pasaba con la torre de control del aeropuerto: me entregaban los manifiestos de llegada. Yo tenía que vaciar toda la información, día por día: las llegadas nacionales e internacionales; elaborar cuadros estadísticos del Barómetro; ocupaciones, estadías promedio, número de vuelos, llegadas, número de asientos ocupados… Con esa información tratábamos de convencer a los inversionistas, todavía muy escépticos, de las bondades de Cancún.

    “En una de las casas de la Nader pusieron el comedor para los que trabajábamos en el Proyecto Cancún. Por una módica suma comíamos delicioso. Ahí probé por primera vez la comida yucateca. En la noche oíamos Radio Rebelde, de Cuba. También íbamos a la lucha libre en la Plaza Silverio Pérez, y luego, por supuesto, a la cantina de al lado”. Víctor es un clásico cancunense: llegó, como muchos, a vivir la vida libre de soltero. Como tal, frecuentó todas las discotecas del momento: La Burbuja, luego el Krakatoa, después Acuario’s. “En ese entonces todos íbamos a dos lugares a desayunar: a la Cafetería Pop, al lado del Palacio Municipal; o a Carrillo’s”. Fue en este último donde conoció a Susan Deslauriers, turista canadiense con quien se casó y tuvo tres hijos: Cristina, Déborah y Víctor.

    Cumplía cabalmente su sueño de vivir cerca de la playa. “Me encantaba el mar, iba casi a diario a la playa, especialmente a Chac Mool, la playa preferida por los que nos gustan las olas… ¡Era una maravilla!”. En Fonatur conoció a Alberto Gómez Luna, anteriormente integrante del equipo de Pumas de la UNAM. “Empezamos a platicar de fútbol americano y nos vino la inquietud de armar el tochito. Pero no sabíamos a quién invitar, pues en ese entonces lo que se jugaba era softbol. Llamamos a Sergio Ortiz y otras personas que nunca habían practicado el deporte: Jorge Trava, Eugenio Fernández (+), y Beni (Benigno) Nava”. Dice que corrió como reguero de pólvora la noticia. Llegó el momento en que eran más de treinta personas en la cancha.

    En esos días llegó a vacacionar a Cancún parte del equipo Vikingos, de Minnesota. “Los invitamos a jugar un partido de tochito. Ellos preguntaban si sabíamos jugar, no tenían idea de la tradición del fútbol americano en México”. Se organizaron, echaron mano de recursos de Fonatur. “Conseguimos doce costales de cemento con una cubeta para marcar las yardas. Fue toda una aventura”.

    A partir de este encuentro, surgió la conversación de formar ligas infantiles para los niños de Cancún. “Yo tenía un primo pequeño que jugaba en Bucaneros, en Ciudad Satélite y mis tíos eran parte de los directivos de ese equipo”. Gracias a una partida económica del gobierno, dedicada al desarrollo de la comunidad, pudieron traerlos a Cancún. “Así fue como se organizaron las primeras conferencias de fútbol americano, precisamente en la sala de juntas de Fonatur”.

    Víctor fue de los primeros en involucrarse en un deporte acuático que empezaba a estar de moda en las playas del mundo entero, y que en Cancún viera su época de gloria durante los setentas y ochentas. “En el 77 llegó Robin, un alemán, para montar la primera escuela de windsurf, en la marina del hotel Presidente. Tenía una tabla partida en dos, con unas velas”. El target era el turismo extranjero, pero pronto llamó la atención de los locales. “En el 78 fue el Campeonato Mundial de Windsurfing, y la sede fue en el hotel El Presidente. Nosotros íbamos a ver las regatas, solo como espectadores… Nos quedamos maravillados. Cuando terminó el campeonato, las tablas se quedaron en la marina. Queríamos windsurfear, y Robin nos insistía que debíamos tomar clases primero. El caso es que cuando salieron a la venta, todos compramos nuestras velas y nos lanzamos al mar a aprender solos. Robin hizo el coraje de su vida porque no nos inscribimos a sus clases”.

    El primer club se formó en el 79, a iniciativa de Margarita Calixtro, en el hotel Maya Caribe. “Se formó la Asociación Nacional de Windsurf, con Sergio de Gante como primer presidente a nivel nacional. La bahía se llenó de escuelas de windsurf. Ya organizados, las competiciones y regatas eran cada fin de semana. Un año después, en Cancún se organiza el primer Campeonato Nacional de Windsurfing. Sardaneta fungió como presidente del comité organizador.

    Víctor Sardaneta, un clásico cancunense

    “Me fui a entrevistar con el señor Lima para pedir apoyo del Consejo Nacional Turismo. Conseguí patrocinios, y había negocios que me buscaban porque querían participar de alguna manera”. Eran los días cuando el horizonte del Caribe cancunense se pintaba de velas de colores, cuerpos bronceados de hombres y mujeres que surcaban las aguas con sus tablas de windsurf. “Nosotros parecíamos lagartijas, estábamos todos negros. No existían los bloqueadores solares, ¡solo nos poníamos bronceador!”, exclama divertido.

    Funcionarios de Fonatur en 1977. De izquierda a derecha: Ing. Francisco Sánchez, Arq. Gonzalo Fernández, Ing. Luis Madariaga, Arq. Roberto Estrada, Arq. Lorenzo Mendiola (QPD), C.P. José Manuel Velazco, Lic. Víctor Manuel Sardaneta, Arq. Ignacio Werner (QPD), C.P. Jorge Traba (QPD) y al principio a la izquierda, el Ing. Víctor Farfán.

    “El punto de reunión era La Habichuela o el Cancún 1900. Pasábamos horas jugando backgammon. Muchos solteros o familias pequeñas, jóvenes. De La Habichuela nos íbamos al Krakatoa; en varias ocasiones salimos de la disco para recibir el día veleando; luego cruzábamos a Isla Mujeres… ¡Nos volvimos unos vagos de la tabla!”.

    Se quedó en Fonatur hasta el 83. De ahí, fue invitado a echar a andar el desarrollo de Loreto, impulsando las actividades náuticas. “Pero solo fue un tiempo. No quise quedarme allí. Cancún siempre me llamó”. Por tratar de ayudar a alguien, soltó una importante concesión que tenía en Playa Tortugas. “Y con la llegada del huracán Gilberto, en el 88, a la mañana siguiente nos quedamos sin nada: ni playas, ni instalaciones, ni concesiones, ni equipo. Nada”.

    Estuvo un tiempo trabajando en la hotelería, y desde hace varios años se dedica a los Bienes Raíces. Conoce la ciudad como pocos y tiene autoridad para evaluar su crecimiento. “El Cancún de los inicios contemplaba 20 mil cuartos de hotel; hoy tiene 40 mil; mucha gente no sabe que la berma de servicios corre abajo de la ciclopista, en el boulevard Kukulkán. Ya todo está saturado; la ciudad ha crecido demasiado”. Habla de la problemática vial, de la sobreoferta de cuartos hoteleros, de la falta de infraestructura que acompañe el crecimiento de nuestra ciudad.

    Aun así, para Víctor Sardaneta, Cancún sigue siendo una buena ciudad para vivir. De cuando pasaba horas en el mar hoy queda un hermoso recuerdo. Se cuida del sol, pero sabe disfrutar de la ciudad de muchas otras maneras. Hoy, con poco más de 70 años, camina ligero por las calles de Cancún, orgulloso de saberse parte del nacimiento de este increíble polo turístico.

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