De algo tenemos que hablar
Jaime Sabines, en su poema “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”, escribió “Estás sobre la playa de algodones, y tu marea de sombras sube y baja” y hoy esos versos me llevan a Francisco Verdayes Ortiz, el mejor cronista de Cancún, aquel que documento el alma y corazón del destino, y quien falleció a causa de Covid esta mañana, luego de varios días luchando contra esta enfermedad.
¿Duele su partida? Sí, mucho. Cronista, maestro, periodista, historiador, pero sobre todo excelente ser humano, su partida deja un vacío en Cancún que aún no somos capaces de asimilar.
Te odio Covid, por esa manía que tienes de llevarte a hombres y mujeres de bien. Por no darnos concesiones. Por recordarnos que eres cruel, injusto.
Su partida deja un hueco en la historia de Cancún, un espacio que no será llenado, porque su tono, su jovialidad, su humanidad no podrá ser replicada.
Historiador innato de la ciudad que aprendió a amar, dedico su vida y sus propios recursos a contar desde el punto más humano la vida y obra de los soñadores y forjadores de Cancún y en ese camino se encontró y se hizo de amigos.
También como maestro de universidad tocó la vida de cientos de jóvenes, a quienes busco inculcar el amor por la comunicación.
Su obra, Pioneros, se convirtió en una referencia obligada para entender Cancún. Todo lo que se conoce acerca de las diferentes fechas de fundación, significados y la difusión de descubrimientos mayas en Cancún, que habían caído en el olvido, se lo debemos a él, quien, usando sus métodos de reportero, documentó de forma detallada y ética lo que sucedió en nuestro hogar.
En la oficina tengo ejemplares de su revista Pioneros, los cuales hojeo cuando tengo los minutos libres y desde donde he aprendido tantas cosas increíbles de la ciudad que he adoptado como hogar, y es que es quizá ahí el mayor legado de Verdayez, compartir el amor de este rincón del mundo de arena blanca y mar turquesa, una obra que ahora queda como legado inmaterial y atemporal, para la posteridad de tantos cancunenses que vivimos hoy en día y quienes aún están por nacer.
El anunció de su muerte, hoy a las 10:30 de la mañana, no pasó desapercibido.
El asfalto de las calles que tanto camino, gastando la suela, se humedeció con una lluvia repentina. Pareciera que el cielo sobre Cancún lloró al saberse de la partida de uno de los hombres que más la amó. Que no se rajó y que, incluso, hasta sus últimos momentos de lucidez seguía haciendo planes y era un hervidero de ideas, mismas que Paco de las llevó, dejándonos, sin que lo sepamos, en un tipo de orfandad literaria, cultural e histórica que aún no dimensionamos.
Maestro, maestro, como me duele tu partida. En la oficina se hizo un silencio sepulcral entre los compañeros. Aquí tengo a dos de tus alumnas, que rompieron en llanto al saber la noticia y yo con ellas.
Que se joda el Covid, que se vaya a los mil infiernos, tú ya estás en la redacción de cielo viéndonos con una sonrisa de oreja a oreja, como te recordaremos por siempre, aquí nosotros nos quedaremos leyendo tus escritos y los cancunenses que aún no han ni nacido, te conocerán por el amor que le diste a esta porción de tierra que llamaste casa.
Tú ya eres parte de la historia de Cancún y de la misma manera que tu escribiste sobre la obra de otros, ahora nosotros escribiremos sobre tu legado.