Con una sólida formación sindical, Salvador Ramos Bustamante llegó a Cancún para fundar la primera escuela de capacitación hotelera, con la idea de transformar a los trabajadores de la construcción en servidores turísticos. Luchador social, político controvertido, conoció la vida selvática que hoy solo queda en el recuerdo de los primeros habitantes la ciudad.
Nació en enero del 45 y vivió sus primeros años en una vecindad de la colonia Anáhuac, en la ciudad de México. “Vivíamos en un cuarto muy pequeño, apenas cabía una cama, un ropero y una pequeña cocina; viví muy pobre, pero muy feliz. Salí a trabajar a la calle desde muy niño, vendiendo chicles en las calles, pelando pollos, lavando papas en el mercado. Trabajé junto con mi padre en la famosa cantina La Glorieta, en San Lázaro, a donde iban todos los luchadores”. A los catorce años ingresó a la CROC y recibió capacitación en la escuela de hotelería del mismo sindicato. Recorrió varios lugares, hasta que llegó al Fiesta Palace. “Ese lugar tiene su historia. Nadie quería firmar con los gastronómicos porque en aquel tiempo había mucho anarcosindicalismo, hacían muchas huelgas. Entonces me nombraron delegado sindical, y al año ya habíamos conquistado tanto a directivos como a trabajadores, aun por encima de la voluntad de los líderes sindicales”.
Ramos Bustamante explica el espíritu conciliador de esta y más negociaciones a futuro: “Desde tercer año de primaria, cada 21 de marzo nos daban una cátedra de Benito Juárez; a partir de ahí, me dediqué de lleno a estudiar la vida del niño zapoteca, a analizar la realidad a la vista del pensamiento juarista. También me enlisté en la Juventud Popular Socialista; conocí al maestro Vicente Lombardo Toledano, fui a sus conferencias y aprendí mucho de él”.
Cuando Antonio Enríquez Savignac, uno de los autores intelectuales del proyecto Cancún, y en ese entonces director de Infratur, se acercó al Fiesta Palace, Ramos Bustamante lo invitó a que conociera la escuela de hotelería del Sindicato, (formada, según cuenta, en 1911 con anarcosindicalistas de España, hasta que en el gobierno de Díaz Ordaz la convierte en escuela de adiestramiento, en asociación con el IMSS). De ahí surgió la invitación para abrir un centro de capacitación en el nuevo desarrollo turístico, en el extremo oeste del país: Cancún. “Llegamos a fines del 72 en un viaje por carretera; todo estaba en proceso de construcción. En mi segundo viaje, unos meses después, llegué al aeropuerto viejo, que hoy es parte de la avenida Kabah. No había taxis, así que me fui caminando hasta las oficinas de Infratur, en la avenida Nader”.
Una vez instalado en Cancún, recibió toda la ayuda de Guido Espadas, quien era el coordinador general de las escuelas de capacitación. Pronto consiguió el apoyo para hacerse de un Volkswagen. “Lo pintamos de amarillo; de un lado anunciábamos la cosa sindical y del otro la escuela de capacitación”. Se trajo de México a varias personas para que cubrieran distintas clases: camaristas, cocina, bar. Los primeros meses, la escuela estuvo en lo que sería más adelante la escuela Alfredo V. Bonfil.
En la Ciudad de México todo era un torbellino, no faltaba nada, había de todo. “Cuando llegué aquí, tuve que enfrentarme a que no había luz, agua, televisión, radio. Solo escuchábamos estaciones de Miami o de Cuba. Para mí fue una regresión, fueron tiempos difíciles, de mucha austeridad”.
Poco antes de empezar con la escuela se constituyó la Sección 123 de los gastronómicos. “Los únicos trabajadores que había eran los del restaurante Chac-Mool”. De hecho, ellos aparecen como los fundadores de la CROC. “Me costó mucho trabajo que Umberto Roma me firmara. Cuando me traigas la afiliación te firmo, me decía”. Con claridad y excelente memoria, Salvador Ramos relata que ni David Gustavo Gutiérrez Ruiz -gobernador de lo que era el Territorio de Quintana Roo-, ni Fonatur querían que entrara la CTM, para que no se repitieran los conflictos que había en Acapulco. “David Gustavo le habló, ¡en domingo! a Mario Ramírez Canul, en ese entonces presidente de la Junta, para pedirle que abriera la Junta”. Solo así pudieron registrar el sindicato.
“La idea era transformar a los trabajadores de la construcción en servidores turísticos. Fue un proceso muy interesante. Visitábamos las obras para convencerlos que fueran a la escuela. Empezaron a llegar. Muchos de ellos se bañaban en el mar, pero no se enjuagaban el pelo. Gody Juárez, que era secretaria de Alfonso Alarcón, se ofreció a cortarles el pelo, pues para que pasaran de la construcción a la gastronomía había que cuidar la presentación”. En el intento, remata, se le rompieron varias tijeras porque el pelo estaba durísimo. “Para que aprendieran a cargar la charola, que es un arte, les poníamos un block encima. Se armó un bar, una recepción, una recámara. Organizamos los Miércoles culturales. Ahí llegó muchas veces Luis Felipe Castillo, Míster Cancún, y nos cantaba sus canciones. A mí me gustaba mucho escuchar a los mayas. Hablaban con muchas groserías; las habían aprendido en las construcciones. Narraban de dónde venían, de sus familias y sus pueblos. Muchos de ellos habían perdido gente cercanaen las obras y en las explosiones que se daban por toda la ciudad. Son una raza indomable, inteligente, con la que tenemos una deuda pendiente como primeros pobladores de Cancún. Yo aprecio mucho de Cancún a los funcionarios federales, a la gente pro Territorio, a los emprendedores, pero principalmente a los trabajadores que construyeron Cancún, empezando con arrasar con la zona selvática, rellenando la laguna, construyendo hoteles y puentes…”, dice, con sincera gratitud y aprecio.
Tres meses después de haber iniciado la escuela, surge la primera generación de alumnos. “Eran casi puros hombres. Andaban con su guayabera blanca, el pelo y las uñas cortadas. Habían aprendido a lavar pisos, a cortar verduras, a montar mesas; sabían dónde iban los cubiertos, por dónde se sirve y se retira un plato, a recibir a un huésped…”. A la graduación asistió Enríquez Savignac, Jesús Martínez Ross -que ya sonaba para gobernador-, Sigfrido Paz Paredes, entre otros.
Poco a poco se fue armando el sindicato. “Se vienen todos los grupos de transportistas, los vendedores ambulantes; ya estaban los estibadores de Puerto Juárez. En ese entonces Cancún era un ensueño”. Don Salvador, con las manos entrelazadas sobre su regazo, describe el paraíso de aquel tiempo. “Recuerdo haber visto grupos de cazadores con sus lámparas y fusiles, caminando por lo que hoy es el centro de Cancún; había venados en las carreteras; manadas de changos en la Yaxchilán; por las noches el concierto de grillos y sapos, el aire que aullaba, los amaneceres… A Chetumal llegábamos por una vereda llena de montes de tierra; si queríamos hablar con algún funcionario, íbamos a la casa de doña Muza, que tenía un tugurio con cortinas negras en las ventanas. Ahí mismo despachaban”.
No fue fácil convencer a la gente para que invirtiera en el nuevo polo turístico. “Durante los primeros años, tanto nosotros como los de Fonatur estuvimos trayendo empresarios para que se animaran a invertir. Comían langosta, tomaban ron jamaiquino ¡pero no le entraban! Decían que esto era un error, que había que meter dinero en Acapulco”. Savignac, a quien Ramos Bustamante considera un patriota, tenía la firme convicción de que el gobierno quería que la gente invirtiera para dar empleo a la zona del sureste. “Ya se avecinaba el problema del henequén; había caído el oro verde y el gobierno planeaba cómo quitarle los subsidios a los campesinos, que eran muchos. La visión del Banco de México fue recorrer el país, pero todas las costas estaban tomadas por los políticos. Por eso en Cancún mandaron a comprar las tierras con un particular, Carlos Náder”. En esto, cuenta, jugó un papel muy importante Javier Rojo Gómez, el penúltimo gobernador del Territorio de Quintana Roo, quien convenció al entonces presidente Luis Echeverría acerca de las bondades de Cancún.
El propósito inicial en Quintana Roo, dice, “era desarrollar un proyecto sindical que no fuera igual al de Acapulco y con los mejores valores de la historia del sindicalismo: limpio, sin corruptelas”. Con el tiempo, Ramos Bustamante fue fortaleciéndose como luchador social. Cuenta que poco después del golpe de estado en Chile, vino a Cancún Hortensia Bussi de Allende. “Se hospedó en el hotel Cancún Caribe y una camarista le hizo llegar la invitación para que nos visitara en el sindicato. Organizamos una velada con ella y Margarita Paz Paredes, ¡fue inolvidable!”. Vivió de primera mano los movimientos sociales de América Latina; viajó por el mundo, estuvo con los sandinistas y con personajes importantes del 68; gracias a Sigfrido Paz Paredes conoció al comandante Flavio Bravo, quien le abrió las puertas para vivir de cerca los procesos posrevolucionarios de Cuba. “He vivido remolinos fuertes”, dice con orgullo y velada melancolía.
En algún punto de su vida tuvo la oportunidad de lanzarse como gobernador. “No estaba en mis planes. Mi lucha es y ha sido siempre por los derechos de los trabajadores. Pero si yo hubiera sido gobernador, no hubiera corrido con tal mala suerte Quintana Roo. El maestro Lombardo Toledano”, revela con especial calma, “escribió alguna vez que el nuestro era un estado socialista en un país capitalista. Todo era colectivo: el campo, la miel, el chicle, la madera, la pesca. Estaba lleno de cooperativas. Desgraciadamente se apostó por un “desarrollismo voraz” que está acabando con las bellezas naturales de nuestro estado”.
Salvador Ramos ha tenido cargos públicos y fue perseguido, hasta acabar en la cárcel, por una oposición implacable. No se queja. Incluso aprendió a meditar en los tiempos más difíciles. Es un hombre de familia que se confiesa con fallas, como cualquier ser humano. “El centro de mi familia es Blanquita” su esposa desde que él tenía 20 años y ella 16, con quien tuvo seis de los diez hijos que tiene él en total, de quienes, a su vez, se deriva una prole de veintiséis nietos y ocho bisnietos. “Es la que mantiene la unidad familiar, y gracias a ella existe una estrecha relación entre todos. Sin duda es el corazón mismo de esta familia”, confiesa sin atajos a modo de homenaje.
En su blog, La batalla de las ideas, escribe de política y denuncia “todo lo malo que ha vivido y visto en el sindicalismo”. También está recopilando la historia de su familia, de sus abuelas y abuelos, primos, tías, gente cercana y lejana, compañeros de lucha y de vida. Disfruta lo bueno de Cancún y aquello que cautivó su alma desde el primer día que visitó estas ricas y exuberantes costas: “el mar me da vida; todos los días voy a nadar al mar. Cuando salgo me siento más fuerte”.