Don Agustín y su esposa Marisol han reforestado 4 hectáreas de selva en los últimos 20 años en Quintana Roo, sembrando más de 70 especies de árboles, entre cedros caobas, ceibas, maculís, ramón, zapote, y varios más frutales, y han regresado la vida a una porción de tierra.
Hoy en día, en medio de la pandemia provocada por el Covid-19, han encontrado en su rancho un pequeño paraíso autosustentable que les han permitido estar dos meses alejados de los grandes centros urbanos, cumpliendo el aislamiento social, viviendo de lo que produce la tierra y sembrando más árboles para el futuro.
Dentro de su propiedad se dan mangos, pitayas, limas, tamarindo, guanábana, naranja, yuca, además de producir miel a través de dos colonias de abejas, todo alimentado por los ríos subterraneos que corren y permiten que esta porción de tierra se asemeje a un pequeño jardín del Edén.
La reforestación ha permitido que regrese la vida. Los árboles de cedro, ceiba, caoba y muchos otros, han atraído hasta 40 diferentes de pájaros, que pacientemente Marisol y Agustín han documentado en una libreta.
Incluso, intentaron tener gallinas para tener huevos frescos todos los días, pero esto no resultó.
«Han regresado los animales de la selva, como los venados, pero también los tigrillos, jaguarandis, y depredadores, que decidimos no tener gallinas, para atraerlas y sigan en su vida silvestre», expresa Agustín.
Ahora, mientras todo Quintana Roo se hundió en la pandemia, compras de pánico y aislamiento en las casas, para Marisol y Agustín han sido días de trabajo, se sembrar y cosechar y de disfrutar las mañanas con el canto de los pájaros, las tardes con el silencio de la selva y las noches con las estrellas que iluminan el firmamento.
Ahora, Don Agustín ha sembrado guayacán (Guaiacum santum), un árbol que tarda años en crecer. Él sabe que nunca podrá cobijarse bajo su sombra, que ya no estará en esta tierra cuando florezca por primera vez, pero también tiene la confianza en que estos días de incertidumbre que vive la
humanidad generará una nueva consciencia ecológica, pues es la única forma que prosperar, asegura, y que serán las siguientes generaciones quienes cuidarán lo que han sembrado.
En esta tarea titánica ha sido acompañado de trabajadores mayas de la zona, quienes le han dado consejos y le han enseñado los secretos ancestrales para hacer fructífero el terreno.
Su intensión es hacer de su rancho un centro de educación forestal y ambiental, un proyecto al que le ha dedicado muchos meses y que esta con concretar, y que se llamará ‘Rancho Olivares’, donde chicos y grandes puedan conocer de la naturaleza, aprender de especies endémicas y medicinales, y puedan ver con sus propios ojos, que la tierra aún puede sostenernos, cuando la cuidamos, e incluso trabaja en un protocolo de reforestación, donde está aplicando todos sus años de experiencia, con el objetivo que cada vez más personas puedan tener estos santuarios de la naturaleza.
Mientras, él y su esposa, seguirán en el rancho hasta que termine lo más fuerte de la epidemia. Aseguran que el trabajo no falta en el terreno, por lo que estos días se han pasado rápido. Es la bondad de vivir de la tierra y para la tierra, que les regresa las bondades con la que la tratan.