Hace apenas unos días nos dejó el arquitecto Mario Cámara Cáceres, hijo pródigo del Caribe, y quien trabajó desde diversos ámbitos para el bienestar de Cancún y quien además nació en Mérida. Su papá trabajaba en la gerencia de Ferrocarriles del Sureste, por lo que pronto se mudarían a Coatzacoalcos, Veracruz. Ya después, independiente, se marcha a la ciudad de México para estudiar la carrera de arquitectura.
Como buen yucateco, Mario conocía la zona del sureste desde hacía muchos años. Sin embargo, la primera vez que ve Cancún lo hace desde los cielos, en un viaje de reconocimiento, en 1956.
Casado con Rosy Enriquez, deciden dejar la Ciudad de México, para alejarse de la contaminación, el tráfico y los problemas de las grandes ciudades y la orilla del Caribe fue la respuesta a la búsqueda de su hogar. a mediados de los años 80.
De sello optimista, siempre apostó por el destino, lo que lo convirtió en amigo y aliado de los que también soñaban y apostaban por Cancún y Quintana Roo hasta sus últimos días, donde incluso participó en administraciones municipales, por que creía en las virtudes de una administración para marcar rumbo al hogar que tanto le dio.
En entrevista para Cancuníssimo, hace ya algunos años, Mario apuntaba, con sensatez: “No hay que ser catastróficos. Cancún ha crecido y hay muchas complicaciones, pero la principal complicación que tiene Cancún, la tiene el país y es falta de orden. Eso está en manos de las autoridades y de la iniciativa privada”.
Mario Cámara fue uno de los fundadores del comité de Desarrollo Urbano, cuando empezaron a reunirse en los tiempos del edil José González Zapata.
A continuación reproducimos la entrevista realizada a Mario Cámara y su esposa, Rosy Enriquez, a manera de homenaje, a la vida y obra de un hombre excepcional, amigo, padre de familia, a manera de homenaje.
Propositivo y emprendedor, Mario es implacable al momento de escuchar algún reproche.
“Cada quien tiene que hacer lo que puede: pinta la fachada de tu casa, báñate y barre la banqueta de tu casa. Vamos a empezar por el principio… Recuerdo muy bien a la mamá del ingeniero Romárico Arroyo, Angelita Arroyo… Todas las mañanas salía con su escoba a barrer la entrada de su casa; si veía a un policía mal vestido lo regañaba y le decía que se vistiera bien. Eso es lo que hay que hacer. A veces llego a las reuniones y los amigos me dicen ‘tú que estás en esos comités, por qué no hacen tal y tal cosa’”. Pero él ha aprendido a canalizar las demandas. Simplemente contesta: “haz una carta, llévala al ayuntamiento, que te la sellen en la Oficialía de Partes… ¿Por qué voy a hacer las cosas por ti? Nunca he sido empleado del municipio”.
Mario es ambicioso. Apuesta por el refinamiento en su ciudad; tiene en mente proyectos de gran envergadura. Quisiera un museo en donde está ahora el Palacio Municipal. Y más. “Esta ciudad ya merece un Teatro de la Ciudad grande. El que se hizo (en la avenida Tulúm y Liebre) es un centro cultural municipal, que posee un buen teatro para 700 personas. El nombre del Teatro de la Ciudad le hizo mucho daño. Magaly (Achach) insistió mucho en ponerle un nombre rimbombante”. Desgraciadamente la falta de continuidad y de voluntad política, ha condenado a ese lugar al total abandono. Pero ya merecemos, según él, un lugar para tres mil o más personas; un lugar donde se presenten espectáculos importantes.
Derribando mitos
Cámara recuerda los tiempos de un Cancún vanguardista. “Ahí tienes a Alain Grimmond con Du Mexique. Fue el primero en traer a México el concepto de nouvelle cuisine mexicano. A su restaurante fueron a visitarlo la Chapa, Castillo Pesado, quedaban impresionados. También La Dolce Vita, fue el primer lugar en el país en donde se podía comer Carpaccio. Ni en Miami lo encontrabas”.
Contundente en sus afirmaciones, Mario no vacila, no concede. Derriba mitos que se han adoptado sin la mayor revisión en el anecdotario vernáculo. Tiene muy presente lo económico que era viajar al Cancún de ese entonces. “En esos tiempos te salía más barato comprar un viaje todo incluido, que comprar el boleto de avión solo”.
Y da la estocada final: “A veces escucho a los hoteleros de esos tiempos. Hablan como si aquí hubiera llegado la realeza. Nunca me encontré a Carolina, ni a Felipe ni a Estefanía. Jamás los vi. Ni ellos tampoco”. También de Wilma tiene qué decir: “Han hecho todo un show de ese famoso huracán.
A mí me gustó el efecto positivo que tuvo Wilma. Después que pasó, sacaron mucha porquería. Había lugares que ya se estaban cayendo, y los terminaron de tirar, gracias a Dios. Hoteles donde entrabas y te daba vergüenza, te decías “¿Cómo pueden estar vendiendo esto, cómo pueden estar engañando a la gente?”. Hubo un resurgimiento, la reconstrucción fue muy buena. Casi habría que pedir que hubiera uno cada dos años, para que no se pongan flojos”.