Marcela Díaz de Sandi fue fundadora, en 1977, del Grupo 1 de scouts mujeres en Cancún, el primero en México. Además, somos primas hermanas por parte de nuestras madres y es la cuarta de los cinco hijos que tuvieron mis tíos, Jaime Díaz de Sandi y Martha Barrera
Quedamos de encontrarnos a las ocho de la noche en una videollamada de WhatsApp. La llamé a esa hora pero aún no salía de su trabajo. Se me había olvidado que estamos una hora adelante con relación a CDMX.
A las nueve (las ocho en la capital mexicana), nos encontramos en el espacio virtual.
“¿Qué los hizo venir a Cancún?”, empiezo preguntando a Marcela, después de pedirle sus coordenadas.
“Mi papá llegó por invitación de tu papá a inicios del 76”, suelta el dato, como si yo estuviera enterada. “Los primeros días se quedó a dormir en el restaurante de Playa Tortugas, apoyando a mi tío Umberto. Mi papá se dio cuenta de que hacía falta información para los turistas. Rentó una casa en la 23 y con una máquina de escribir empezó a redactar los textos y anuncios publicitarios de la primera revista turística, Qué hacer, a donde ir en Cancún”.
Poco a poco fueron llegando los demás integrantes de la familia. “Después de mi papá, llegó mi mamá; luego mi hermana Mónica, recién casada”. Para finales del 76, la revista empezaba a tomar muy buen rumbo. Marcela trabajaba en la Comisión Nacional de Fruticultura en la Ciudad de México, cuando decidió, a los 19 años de edad, venir a Cancún a apoyar el negocio familiar, junto con sus hermanos Jorge y Jaime. Al respecto, hace una observación muy interesante: “Éramos una familia rara en comparación con las demás que en ese entonces llegaban a Cancún. La mayoría estaba compuesta por hijos muy pequeños o parejas jóvenes sin hijos”.
“Todos los miembros de la familia terminaron involucrándose en la producción de la revista. Éramos vendedores, repartidores, diseñadores, ¡hacíamos de todo!, como muchas de las empresas familiares de aquella época”.
Cancún era ese lugar entrañable que hoy resulta ser punto de encuentro en la memoria de los pioneros: “Había una conexión increíble con la naturaleza. Todos nos conocíamos, la ciudad era sumamente seguro; no había tele, así que oíamos Radio La Habana. Cada domingo, los que eran muy religiosos iban a misa, y a los que nos gustaba el cine nos íbamos a ver la única película que pasaban, en el Centro de Convenciones, donde nos encontrábamos a todo el mundo”.
Un año después de su llegada a Cancún, Luz Perla Yáñez, amiga mía y hermana de Alex y Juan José, ambos miembros del recién formado Grupo 1 de scouts que lideraba Pedro Solís, contactó a Marcela. “La invitación era para darle cabida a las hermanas. Me reuní un sábado con ellos en un parque que está al lado del parque de las Palapas”. Como antecedente, antes de llegar a Cancún, Marcela había participado en el grupo de las Guías de México, que es independiente de los scouts.
“A esa reunión se presentaron Luz Perla y varias chicas a las que ella había convocado”. A partir de ahí, las mujeres empezaron a asistir a las reuniones de los sábados, en donde participaban en las mismas actividades de los hombres.
Era 1977. El grupo de hombres estaba esperando que se le diera su registro oficial en la Asociación de Scouts de México. Cuenta Marcela que ya para ese entonces había mucha disidencia de la Asociación de Guías. “Las rutinas eran totalmente diferentes a las que tenían ellos”. Cuando llegó el momento para nuestro grupo de incorporarnos a las Guías, empezamos a leer los manuales y la descripción de las cosas que hacían. Fue cuando dijimos no, nosotras ya estamos acostumbradas a hacer lo que hacen los
chicos. No nos van a poner a coser ropa, hornear galletas y cosas por el estilo”. Entonces Marcela metió la solicitud para que “nos dieran chance de registrarnos” con los scouts..
Siempre he tenido la duda de saber si fuimos el primer grupo de scouts. mujeres en México. “Según yo, sí”, responde convencida.
“No sé cómo es que me aventé a hacer ‘esas jaladas’ de hacerme cargo de una bola de niñas”, exclama divertida. La diferencia de edades entre ella y nosotras no era grande, cuando mucho seis años, pero la responsabilidad sí que lo era. Sin embargo, para Marcela, a quien no se le hacía fácil encontrar amigas de su edad, el escultismo la integró a la dinámica de Cancún. “Para mí era un hobby”, dice nostálgica y agradecida.
“Nuestro primer campamento fue en las cabañas del albergue de Playa Aventuras. Mi papá estaba histérico de solo pensar que me iba a llevar a tanta niña bajo mi responsabilidad”. Marcela tuvo que ir de puerta en puerta para hablar con los papás de algunas chicas. “Me tocó convencerlos, platicarles lo que haríamos, cuál era el objetivo del campamento”.
Como mi tío Jaime era presidente de la Cruz Roja (de hecho, fue el primero), hizo que fueran con
nosotras dos auxiliares de la institución. “Si sucedía algo, íbamos protegidas. Ese campamento fue toda una experiencia: pasamos tres días en la playa, ¡sin bañarnos!”.
En otra ocasión, don José García de la Torre, papá de Georgina, una de las chicas del grupo, nos prestó su rancho (llamado Culiacán) para acampar. Marcela y yo nos ponemos a recordar: Esa vez habíamos ido con los muchachos; jugábamos rudo con ellos… “¡Nos encantaban los juegos rudos! También tomamos agua de un lugar lleno de renacuajos. ¡Se nos hizo muy fácil hacerlos a un lado!… Te aventuras a hacer babosada y media”, dice, resumiendo en esas palabras el ánimo que imperaba en aquellos campamentos.
“Recuerdo cuando Patrizia”, (mi hermana mayor) “salió corriendo de una casa de campaña gritando como loca que adentro había una víbora. Me metí, muy valiente, pretendiendo que no me daba miedo -por supuesto que iba yo muerta de miedo-; el caso es que la terminé descuartizando, del pánico, a machetazos. Nunca supe si era una falsa coralillo o una de verdad”.
(Yo, a Marcela, la recuerdo siempre sin miedo).
Fiel al espíritu scout, ella se aseguraba de que nuestra participación fuera muy activa en los asuntos de la ciudad. “En los desfiles hacíamos vallas; en las colectas de la Cruz Roja apoyábamos siempre; también participamos en la limpieza de playas…
Estábamos presentes en todo”.
Las reuniones tenían cada vez mayor convocatoria y se pasaron al aeropuerto viejo. Marcela entregó la estafeta a Chary Loya, miembro inicial del grupo, para regresar, en el 81, a la capital del país. Ahí se volvió a integrar a la Comisión Nacional de Fruticultura. Hoy es gerente de Ediciones Especiales del área comercial del periódico Reforma.
“Una de las cosas que el Cancún de esa etapa me dejó es que nosotros, viniendo de una ciudad tan grande como el DF, no pasábamos de ser un individuo anónimo. En Cancún nos volvimos referente de cambio en una comunidad que apenas empezaba: mi papá con lo que hacía; yo a través de los scouts., logramos ser alguien -y no por tener título- sino por la capacidad que tuvimos para aportar algo. Me quedo con la satisfacción enorme de saber que participé de manera activa en una comunidad. Creo que dejé en muchas de ustedes algo de formación, de historia, de aventura… Un legado”.
“Crees bien, Marcela querida”, pienso para mis adentros, mientras nos despedimos cariñosamente. “Tu entusiasmo y amor por la aventura se quedaron para siempre no solo en mi memoria, sino en la de muchas chicas que fuimos tocadas por tu increíble y contagiosa energía”.
Quizás te pueda interesar: Karine Boucher, una mexicana hecha en Francia