Las primeras palabras de la primera mujer presidenta de México en la historia… fueron para un hombre. No sólo las primeras palabras. Los primeros 5 minutos del discurso más emblemático de su carrera fueron para citar, elogiar y encumbrar a un hombre en lo personal. No sólo eso. Los siguientes 18 minutos fueron para retomar, ensalzar, adherirse y garantizar la continuidad del gobierno de ese mismo hombre. Y luego 12 minutos en donde prometió ampliar lo que ya se hizo y apenas logró colar un puñado de propuestas íntegramente propias que apenas esbozó: tres programas sociales nuevos, digitalización, vivienda, preparatorias y combate a la contaminación.
En total, de un discurso de 40 minutos, la primera mujer presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum, dedicó como 30 a hablar del hombre que tenía sentado a unos cuantos metros de ella.
A la lucha de las mujeres dedicó unos 8 minutos. Citó a las heroínas de la patria, pidió verbalizar el empoderamiento de las mujeres y cerró su discurso con unos bellísimos párrafos de “conmigo llegan todas”.
La contabilidad no es casual. En discursos de esta importancia se suele cuidar cada palabra, se escoge cómo y cuándo, se rebotan con especialistas en mensaje y se recibe retroalimentación de la gente de más confianza. Y esa es la contabilidad que arroja el discurso de toma de posesión de Claudia Sheinbaum. Cuenta el fondo y cuenta la forma. Ese lugar le da la nueva presidenta a AMLO, y ese lugar le da a las mujeres.
Era esperable un elogio desaforado hacia López Obrador. Hasta justo, tratándose de ella. No me gusta la señal de abrir su discurso con eso y dedicarle tanto tiempo. Era también esperable un elogio al gobierno que se va -ella emana de ese gobierno- pero repetir las mismas frases, los mismos mantras, las mismas citas y hasta los mismos héroes durante tanto tiempo, diluye la apreciación de un estilo propio (que de existir, no ha sido expuesto) y abona a la percepción de que él sigue mandando, una percepción que ella ha tratado de combatir explícitamente. Su tropiezo de seguirle llamando “presidente”, y tener que corregir, fue el traicionero remate del subconsciente.
No todo fue decepción en el primer discurso de Claudia Sheinbaum. Además de las espléndidas palabras finales sobre la llegada de las mujeres del poder, destaco algunos brochazos que por ahora, no son más que eso, brochazos. En medio de un copiar-pegar en forma y frases de gobierno, Sheinbaum se separó de varias mentiras que López Obrador repitió incesantemente en su gobierno: ya aceptó que hay y habrá deuda (en una proporción responsable con respecto del PIB, prometió), ya aceptó que la producción petrolera no rebasará los 1.8 millones de barriles diarios (contra los 2.5 millones que jamás se alcanzaron) y buscará darle al Tren Maya una orientación rentable como transporte de carga para que no siga siendo un tiradero del dinero. ¿Y la oposición? Desaparecida, aplastada por Morena y sus aliados, víctima de una ilusión óptica que no debe engañar a todos los mexicanos. Sólo el 28% de los legisladores invitados eran de oposición porque el INE y el Tribunal le dieron al oficialismo el 72% de las curules (diputados y senadores). En realidad, el 46% de los mexicanos no votaron por Claudia Sheinbaum. Para ese 46% de México, la presidenta no tuvo ni un renglón.