El ejemplo cunde como virus. Si hay un alumno destacado del estilo de ejercer el poder en la llamada cuarta transformación ese es el subsecretario de Salud Hugo López Gatell.
El vocero del gobierno de México para la pandemia sigue al pie de la letra el manual que cada mañana se escribe en la conferencia del presidente López Obrador.
Se le acumulan los muertos, las evidencias de que su registro de defunciones (que aseguraba no tenía factor de corrección como el de los contagios) es por lo menos tres veces mayor, las críticas internacionales por el mal manejo general para enfrentar la pandemia… pero, escudado en el cariño y las porras de su jefe se comporta como él: se burla de sus críticos, no escucha una sola recomendación, desprecia socarrón los llamados a rectificar, se empecina en autoelogiarse.
De cualquier cosa negativa culpa a la prensa, a conspiradores políticos, a científicos neoliberales, a la comida chatarra o a una decisión que tomó Guillermo Soberón como rector de la UNAM ¡en 1975!
Se da el lujo de irse de descanso por las fiestas patrias, como si la muerte y el dolor de tantos pacientes y sus familias descansara, y manda carros alegóricos de hospitales Covid al desfile conmemorativo de la Independencia, a festejar sobre una pila de muertos que crece y crece.
Se muestra sonriente, feliz con lo que no se cansa de llamar su ‘éxito’, satisfecho de que su jefe le conceda más poder burocrático a la subsecretaría que encabeza.
Regaña, humilla y se regodea en lo que el régimen que lo cobija percibe como una actuación digna de ser ejemplo mundial cuando los fríos números sitúan al país en el cuarto lugar del planeta en número de muertes por Covid-19, cuando las proyecciones dibujan una tragedia tres, cuatro veces peor a lo que él planteaba como escenario catastrófico poco probable.
Ante los señalamientos, responde con una verborrea incesante, dice, se desdice y niega haber dicho lo que dijo, acusa a adversarios imaginarios, usa sin pudor para hacer propaganda un espacio que debería estar destinado a informar a la población en una circunstancia excepcional de peligro para todos.
Su papel ha sido desde el principio cuidar la imagen del presidente a costa de negar la realidad, torcer la estadística, ignorar la ciencia cuando se trata de alabar o justificar la irresponsabilidad del líder. Y ha ganado el premio del favor presidencial. Por eso sonríe, se muestra exultante y no corrige el rumbo, como si creyera que nunca llegará el momento de verdaderamente rendir cuentas.