La muerte del papa Francisco no solo marca el fin de una era en la Iglesia católica, sino que también abre un periodo de transición en el que todos los ojos se posan sobre un hombre que hasta ahora había operado, en buena parte, tras bambalinas: el cardenal Kevin Farrell.
Originario de Dublín, aunque ciudadano estadounidense, Farrell es desde este lunes el jefe interino del Vaticano gracias a su rol como camarlengo, una figura clave durante el llamado interregno papal —ese espacio entre la muerte de un papa y la elección del siguiente—. Y aunque no porta la tiara ni ocupa el trono de San Pedro, su cargo tiene implicaciones de poder administrativo muy reales.
¿Quién es Kevin Farrell?
Puede que su nombre no suene familiar entre la mayoría de los fieles, pero en los pasillos del Vaticano es alguien conocido por su eficiencia. Con 77 años y un currículum que incluye una Maestría en Administración de Empresas por la Universidad de Notre Dame (Indiana), Farrell representa una mezcla rara en la jerarquía eclesiástica: un hombre de fe con mente ejecutiva.
Fue obispo en Dallas, ministro en Washington, y un puente viviente entre América y Europa. Además, habla inglés, español, italiano y hasta gaélico, lo que no es poca cosa para quien necesita operar en un entorno tan multicultural como el de la Iglesia global. De hecho, su cercanía con el papa Francisco se consolidó no solo por afinidad doctrinal, sino también por resultados tangibles: Farrell ha sido presidente del Tribunal Supremo del Vaticano, del Comité de Inversiones y de la Comisión para Asuntos Confidenciales. Un perfil multitask de alto nivel.
La función del camarlengo: más que cerrar una puerta
Cuando un papa muere, el camarlengo es quien certifica oficialmente su fallecimiento. Y no, no es un acto simbólico. Farrell lidera el rito ceremonial que sella la habitación papal, coordina el traslado del cuerpo y redacta el acta de defunción auténtica. Pero su responsabilidad no termina con los gestos litúrgicos. Durante este periodo intermedio, es el responsable de mantener funcionando la maquinaria vaticana, sin tomar decisiones doctrinales, pero con la potestad de revisar presupuestos, controlar movimientos financieros y, de ser necesario, exigir transparencia.
En una época en la que la Iglesia enfrenta escándalos financieros y demandas de mayor rendición de cuentas, no es menor que Farrell presida el comité que evalúa la ética de las inversiones vaticanas. Si algo dejó claro Francisco, fue su intento de modernizar la estructura, y eligió a Farrell como su brazo derecho para lograrlo.
¿Y el escándalo McCarrick?
Como casi todo clérigo de alto nivel en EE. UU., Farrell fue cuestionado por su cercanía con el excardenal Theodore McCarrick, declarado culpable de abuso sexual. Su respuesta ha sido tajante: “¿Lo supe? No. ¿Lo sospeché? Tampoco”. A diferencia de otros colegas que titubearon, Farrell mantuvo su línea con firmeza.
¿Un outsider en la silla de mando?
El hecho de que sea estadounidense, y además proveniente de una orden (los Legionarios de Cristo) que años después fue manchada por escándalos, no lo ha frenado. De hecho, Farrell abandonó la congregación antes de que estallaran los casos contra su fundador, Marcial Maciel. Hoy, más de medio siglo después, su figura representa una apuesta por la gestión moderna, alejada de las viejas estructuras de poder.
Ha abogado por una Iglesia que integre más a las mujeres, incluso señalando que su sucesora podría no ser religiosa. Un cambio de paradigma. Y como él mismo ha dicho: “Mi especialidad es conseguir que las personas queden cualificadas para el trabajo”. No suena muy clerical, pero en los tiempos que corren, suena realista.
El camino hacia un nuevo papa
Desde su puesto como camarlengo, Farrell no influirá en la elección del nuevo pontífice, al menos no directamente. Pero su papel será garantizar que el proceso se desarrolle sin sobresaltos. Él organiza el cónclave, asegura que la votación sea secreta y ordenada, y mantiene los engranajes del Vaticano en marcha mientras el mundo católico aguarda la aparición del humo blanco.
Para países como México, donde el catolicismo sigue siendo una fuerza cultural y política de peso, esta transición es más que un simple protocolo religioso. La figura del nuevo papa influirá en temas que van desde la migración hasta el medioambiente, pasando por los derechos humanos y el papel de la mujer en la Iglesia. Y Farrell, desde su oficina temporal, será el custodio silencioso de esa transición.