Durante la pandemia del COVID-19, los Bancos Centrales de varios países aplicaron medidas para mitigar la recesión económica ocasionada por el confinamiento y el paro de actividades productivas. Las tasas de interés bajaron al mínimo para provocar el consumo y los gobiernos brindaron apoyos económicos a los ciudadanos. Por supuesto, las medidas dieron resultado.
El precio de haber hecho lo correcto, es que tanta liquidez inyectada; ocasionó una gran alza de precios e inflación. Para resolverlo, lo normal sería aplicar la misma política a la inversa; es decir, subir las tasas de interés y hacer los créditos más caros para inhibir el gasto, pero no es tan fácil, pues existen factores que complican la recuperación; uno es la invasión de Rusia a Ucrania y el otro el confinamiento en varias ciudades de China debido a nuevos brotes de Covid.
Los efectos de ambos y la incertidumbre de cómo y cuándo van a resolverse, han encarecido el costo de insumos, logística y transporte en las cadenas productivas a nivel global. Por eso, la caída en las bolsas de valores y en las inversiones de riesgo.
A los más altos niveles financieros se teme una “estanflación”, caracterizada por una inflación alta con un bajo crecimiento, pues el mes pasado, Reino Unido registró una inflación del 9% – su máximo en 40 años-; Estados Unidos del 8.3% y en México llegamos al 7.68 % -la más alta en los últimos 21 años-.
De ser así, estaremos ante un escenario en el que es recomendable no hacer inversiones de riesgo, salvaguardar la liquidez, y prevenir en la medida de lo posible, pues en el mejor de los casos, estaremos enfrentando uno o dos años con menores ingresos por bienes y servicios ofrecidos, precios altos y aumentos de desempleo; así que esto nos avisa que son tiempos de cautela.
Me despido de ustedes y les invito a seguirme en Twitter @Cristinalcayaga.