¿Con qué derecho el presidente nos exige a los mexicanos definirnos a partir de él? Sabemos que Andrés Manuel López Obrador tiende a pensar que el país y el mundo giran alrededor de él y ahora nos advierte que solo tenemos dos opciones: estar con su transformación o estar en contra, estar con él o estar contra él.
Estar con él, en la línea de pensamiento que ha mostrado con nitidez desde que llegó al poder, significa apoyar incondicionalmente sus propósitos e iniciativas más nobles, sus dudosos métodos para alcanzarlas, pero en el paquete se incluye la justificación y respaldo de sus caprichos, sus ocurrencias y una lista cada vez más abultada de francos delirios.
Estar en contra, en la visión del presidente, es aceptar gustoso inscribirse en el club de los que él considera corruptos, tramposos, mentirosos, conspiradores y traidores.
Infantil, pero no por ello menos preocupante. Es la confesión más abierta de que lo suyo es el autoritarismo, el culto a la personalidad –la suya, claro–, y la aceptación de la infalibilidad de su palabra. Es también el manifiesto más sincero contra la pluralidad, la diversidad, el debate, la libertad de expresión y la vida democrática. Con el líder o en contra suya. Sumisión o sedición.
Frente al reduccionismo presidencial, la realidad es implacable:
¿Cómo le hago si quiero levantar como él la bandera anticorrupción, pero no estoy dispuesto a solapar a los corruptos de su entorno cercano, su gabinete y sus acompañantes de viaje electoral?
¿Cómo le hago si quiero una economía más justa y bien distribuida, como promete el presidente, pero no estoy dispuesto a avalar que no exista un programa para aliviar el golpe económico de la pandemia en 12 millones de mexicanos que han perdido su ingreso?
¿Cómo le hago si quiero defender la soberanía, como López Obrador se cansa de decir en el discurso, pero lo que veo es al presidente de México a los pies de Donald Trump?
¿Cómo le hago si quiero paz, como él delineó en campaña, pero lo veo empatizando con los narcos y despreciando a la víctimas de la violencia?
¿Cómo le hago si me gusta un presidente humanista, pero veo a uno que insulta y calumnia a padres de niños con cáncer, maestras de estancias infantiles, policías, médicos, migrantes, mujeres, periodistas y un largo etcétera de quienes se ganan el desprecio presidencial por el simple arrojo de defender sus derechos democráticos?
¿Cómo apoyo un gobierno democrático si encuentro a cada paso rumbos autoritarios y delirios de conspiraciones?
No tenemos que definirnos quienes creemos en la democracia, la pluralidad, el debate, la libertad de expresión, el combate a la desigualdad, el uso de fuerzas civiles para la seguridad, el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, la diversidad sexual, la no discriminación, el derecho a la libre empresa, los derechos sociales, la libertad de culto, el derecho de asociación y tantos otros, porque creemos en todo ello sin importar quién ocupe Palacio Nacional. No somos nosotros los que debemos definirnos. Estamos definidos y no a partir de lo que piense, crea o imagine un presidente.
Los que se tienen que definir son otros. Los que se dicen de izquierda y actúan como derecha, se dicen progresistas y se comportan como reaccionarios, se dicen liberales y se muestran profundamente conservadores.
El que necesita definirse es el presidente, y conciliar lo que dice con lo que hace.