No hay duda de que el gobierno del presidente López Obrador llegó al poder con una legitimidad ciudadana que batió récord. Su votación y su popularidad al arrancar el sexenio fueron reflejo de la esperanza y la confianza de la sociedad mexicana.
Sin embargo, lo que hemos visto los últimos días, a consecuencia de la crisis del coronavirus, es que una muy buena parte de esa sociedad ha decidido rebasar al gobierno en las medidas para enfrentar la pandemia:
Desde Palacio Nacional, el gobierno federal ha minimizado el problema, ha manipulado las cifras de pruebas aplicadas, su dato de casos confirmados es contradictorio con lo que dicen las instituciones de Salud, por no decir que desestimó la necesidad de cancelar eventos masivos, sugirió mantener el ritmo de vida solamente lavándose las manos muchas veces, y mientras los científicos del mundo plantean que a estas alturas lo único que sirve es el ‘distanciamiento social’, el presidente y su subsecretario vocero del coronavirus avalan los besos y abrazos.
Por eso desde la sociedad fue otra la reacción: desde hace días universidades empezaron a anunciar el fin de sus aglomeraciones, escuelas privadas iniciaron la capacitación de sus maestros para dar clases vía internet, empresarios pospusieron convenciones y ferias, y empezaron a hacer planes para trabajar desde casa; incluso gobiernos locales frenaron convocatorias y partidos políticos anunciaron que ya no harían mítines.
¿Por qué la sociedad empezó a rebasar al gobierno? ¿Por qué un presidente con tanto respaldo no pudo encaminar a su pueblo a seguir su estrategia?
Quizá porque amplios sectores de la sociedad han atestiguado que este gobierno ha dado varias muestras de incompetencia técnica, y sobre todo, de una suerte de adicción a negar la realidad.
No es que odien al presidente o lo descalifiquen. No. Les sigue pareciendo un hombre honesto, trabajador, simpático. Pero la sociedad sabe que la economía se estancó por culpa de la administración actual, y esta lo niega. La gente sabe que la inseguridad está peor aunque en las mañaneras se diga lo contrario. Y más recientemente, el episodio de los feminicidios que ha pintado su desapego al grado que hasta críticas de feministas de Morena se llevó el primer mandatario.
Pero sobre todo, y quizá esto es lo que más incide en el miedo, la ciudadanía padece o ha visto los brutales testimonios de la escasez de medicinas desde hace meses, una crisis en salud producto solamente de la mala operación del actual gobierno, frente a la que aparece un presidente que dice que no es para tanto y habla de rifar un avión.
En síntesis, durante más de un año de gestión, hay muchos capítulos que han hecho sentir a la población que el gobierno niega la realidad, y ésta luego se le estrella en la cara.
A eso atribuyo que frente a la crisis de coronavirus, la sociedad y los gobiernos locales hayan ido mucho más lejos de lo que el gobierno federal recomendó en las medidas restrictivas. Y luego el gobierno federal ha empezado a tratar de alcanzarlos.
Una de las virtudes del gobierno actual es que ha motivado a que la gente esté metida en la política, hablando, discutiendo, debatiendo. Hay más interés que nunca por la cosa pública. Eso, que siempre han usado a su favor, se les está viniendo encima.
Y es en momentos en los que se enfrenta lo desconocido, cuando el pueblo tiene miedo, que hacen falta líderes creíbles que hablen con la verdad, que tomen decisiones difíciles, que estén a la altura del desafío. Jefes de Estado, en toda la extensión del término.