Cancún y la trampa de la productividad: vivir con prisa en el paraíso

Cancún, tierra de hermosas playas, sol constante y ritmo caribeño, podría parecer el lugar ideal para desconectarse. Pero basta observar la vida cotidiana fuera de la zona hotelera para notar un fenómeno que contradice el paraíso turístico: una creciente cultura de productividad extrema que atrapa tanto a locales como a foráneos que se han mudado aquí “para vivir mejor”.

En esta ciudad, donde el turismo dicta el pulso económico, el trabajo no para. Los empleados del sector hotelero, los conductores de plataformas digitales, los emprendedores y hasta los freelancers remotos que vinieron “a cambiar de vida” viven atrapados en una lógica de aprovechar cada minuto como si fuera oro. Irónicamente, muchos de los que llegaron buscando un ritmo más tranquilo, acaban envueltos en un estrés crónico, con agendas tan saturadas como las de cualquier ciudad industrial.

En redes sociales se celebra el “vivir en el paraíso”, pero pocas veces se habla del costo. Jornadas laborales que comienzan antes de que amanezca, dobles turnos, la presión constante por ser productivos incluso en tiempos de descanso. ¿Una caminata en la playa? Solo si se puede monetizar con contenido para redes. ¿Un café en el centro? Excelente oportunidad para cerrar un trato o avanzar un pendiente. Todo debe tener un propósito. Todo debe rendir.

Esta obsesión, que parece importada de modelos empresariales de Silicon Valley, ha encontrado terreno fértil entre quienes ven el trabajo no como medio sino como identidad. Y en una ciudad como Cancún, donde coexisten el lujo turístico y las desigualdades estructurales, la presión por “hacer más con menos” se vuelve regla no escrita, pero muy presente.

Lo más preocupante es cómo esta mentalidad se infiltra en las nuevas generaciones, que desde la secundaria manejan discursos de emprendimiento, productividad y eficiencia como si fueran mantras sagrados. Descansar, desconectarse, disfrutar sin culpa… son acciones que parecen necesitar justificación.

Pero, ¿no se supone que vivir en Cancún implicaba algo diferente? ¿No debería el entorno recordarnos que la vida también pasa cuando no hacemos nada?

La cultura de la hiperproductividad no es exclusiva de esta ciudad, pero su presencia aquí, donde la belleza natural debería inspirar calma y conexión, resulta particularmente contradictoria. No se trata de romantizar la inactividad, sino de cuestionar por qué sentimos culpa por no estar “aprovechando el tiempo” cada segundo del día.

Cancún no necesita más agendas llenas. Necesita momentos vacíos. Necesita espacios para respirar, para contemplar, para vivir. Porque si ni siquiera en el paraíso se puede vivir sin prisa, ¿dónde entonces?

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