La idea nació con una sola imagen: mi amigo en la cima de una montaña en Alaska, con un paisaje tan imponente que parecía de otro mundo. “Yo quiero ir ahí”, me dije. Y así comenzó la aventura.
Preparando el viaje
Sabía que este no era un viaje cualquiera. Durante meses me dediqué a planificar cada detalle: la mejor ruta, las paradas estratégicas y, sobre todo, la preparación de la motocicleta. Mi fiel máquina debía estar lista para enfrentar carreteras pavimentadas, caminos de tierra y las condiciones climáticas más adversas. Revisé cada componente y armé un kit de emergencia con herramientas, un mapa, un botiquín de primeros auxilios y, por supuesto, una cámara y un dron para capturar cada instante de esta odisea.
Mi amigo Eduardo Ramírez, con quien había compartido muchas travesías, no dudó en sumarse a la expedición. “¡Yo te acompaño!”, dijo con entusiasmo. Juntos, nos embarcamos en el viaje de nuestras vidas.

Cruzando la primera frontera
Partimos desde Monterrey, donde nuestras motocicletas esperaban listas. Llenamos los tanques y nos lanzamos a la carretera, rumbo a Laredo, Texas, la primera frontera del viaje. El calor era asfixiante, pero la emoción de lo desconocido nos impulsaba hacia adelante. Atravesamos Texas y nos maravillamos con los paisajes de Colorado. Las montañas nevadas contrastaban con la imagen árida que habíamos dejado atrás.
Nuestra ruta nos llevó hasta Montana, donde hicimos una parada obligatoria en el Parque Nacional de Yellowstone. Allí, los bisontes cruzaban las carreteras como si fueran los dueños del lugar, y los géiseres brotaban del suelo como señales de bienvenida. El siguiente gran paso: la frontera con Canadá.
Desafíos en Canadá


La entrada a Canadá no fue sencilla. Los incendios forestales habían cerrado varias de nuestras rutas planeadas, lo que nos obligó a replantear el camino. Nos dirigimos hacia British Columbia, avanzando por kilómetros de bosques interminables y carreteras solitarias. La gasolina escaseaba, por lo que cada parada debía ser calculada con precisión.
En Dawson Creek alcanzamos la famosa Milla 0 de la Alaska Highway. Nos detuvimos en Watson Lake, donde los viajeros dejan recuerdos de sus travesías en un bosque de señales. No perdimos la oportunidad de dejar nuestra propia marca antes de continuar el viaje. El aire se volvía cada vez más frío mientras nos adentrábamos en el majestuoso Territorio Yukon, cruzando su capital, Whitehorse, hasta llegar a la última frontera: Alaska.
La última frontera

La emoción era indescriptible. Ver el letrero de bienvenida nos llenó de orgullo. “¡Lo logramos!”, pensé. Pero la aventura aún no había terminado. En Anchorage, nos reunimos con amigos de la infancia que nos mostraron la esencia de la vida en Alaska.
Nuestra primera expedición fue a Whittier, un pequeño poblado al que se accede a través del túnel Maynard Mountain, una obra de la Segunda Guerra Mundial. Nos sorprendió descubrir que toda la comunidad vivía en un solo edificio, con túneles subterráneos para protegerse del invierno.
También tuvimos la fortuna de presenciar el regreso del salmón a desovar, una escena que atrajo a imponentes osos que pescaban con una precisión asombrosa. Decidimos probar suerte con la pesca del salmón, y aunque fue un reto, logramos nuestra propia captura.
Nos dirigimos después a Homer, un puerto pesquero rodeado de impresionantes paisajes, y luego hacia el majestuoso Glaciar Matanuska. Allí, nos encontramos con nuestro gran amigo motociclista Eduardo “Chimi” Vázquez. Caminar sobre el glaciar juntos, recordando cada obstáculo superado, fue uno de los momentos más emotivos del viaje.
El camino de regreso
Después de 60 días de travesía, era hora de volver. Pero antes, nuestras motocicletas necesitaban atención: cambio de llantas y un servicio completo. Realizamos el mantenimiento nosotros mismos y emprendimos el retorno. Nos dirigimos a Fairbanks, donde contemplamos las auroras boreales, un espectáculo de luces danzantes que nos recordó lo pequeños que somos ante la inmensidad de la naturaleza.
Antes de dejar Alaska, hicimos una parada en Chena Hot Springs, un oasis de aguas termales en medio del frío extremo. Luego, cruzamos de nuevo hacia Canadá y seguimos rumbo a Vancouver, atravesando Whistler y su impresionante paisaje montañoso.
En nuestra ruta hacia California, nos adentramos en la famosa Avenida de los Gigantes, donde las secuoyas milenarias nos hacían sentir diminutos. Al llegar a San Francisco, nos esperaba otro gran motociclista, Rafa Vázquez, quien había salido desde Cancún para unirse a nuestro regreso.
La última etapa
El tramo final nos llevó a Tijuana, donde cruzamos de vuelta a México. Decidimos recorrer la península de Baja California, pasando por sus desiertos y el azul profundo del Mar de Cortés. En La Paz, tomamos el ferry a Topolobampo y continuamos por Culiacán, Mazatlán, Guadalajara y Querétaro. No podíamos cerrar la aventura sin una parada en Veracruz, antes de seguir a Villahermosa, Campeche y, finalmente, Cancún.
Cuando por fin llegamos a casa, después de 28,000 kilómetros y sin un solo percance, me di cuenta de algo fundamental: este viaje no se trató solo de recorrer distancias, sino de las personas que encontramos en el camino, los desafíos superados y la hermandad que nos unió en cada kilómetro. Alaska había sido el destino, pero la verdadera aventura fue el viaje en sí.
Sin duda, una experiencia que quedará marcada en mi alma para siempre.