Quintana Roo, un estado paradisiaco que recibe millones de turistas al año, fue alguna vez conocido como el infierno verde, un penal donde se enviaban a delincuentes y opositores políticos. A finales del siglo XIX, bajo el gobierno de Porfirio Díaz, se llevó a cabo la conquista militar de la región, con el objetivo de someter a los mayas que ahí habitaban, quienes hasta entonces habían mantenido su autonomía.
La ocupación de Chan Santa Cruz en 1901 por las tropas del general Ignacio Bravo marcó el inicio del control militar. En 1902, Quintana Roo se convirtió en un Territorio Federal, facilitando su pacificación y colonización. La explotación de los recursos naturales, principalmente maderas preciosas, y la mano de obra indígena fueron los motores de esta transformación, bajo un régimen autoritario que buscaba modernizar la región a través del trabajo forzado.
Con el tiempo, las relaciones con las comunidades mayas cambiaron, y la región experimentó un lento proceso de desarrollo político y social. Fueron décadas de aislamiento hasta que, en 1974, gracias a la iniciativa y empuje de hombres y mujeres con un profundo sentido de arraigo, Quintana Roo se convirtió en estado libre y soberano.
La creación de Cancún en 1970 fue un punto de inflexión, transformando la región en un motor económico de México a través del turismo. Cancún, en particular, ha sido un éxito rotundo, pasando de ser, en poco más de cincuenta años, una isla desierta a uno de los destinos más visitados del mundo. Playa del Carmen ha crecido rápidamente, ofreciendo una mezcla de lujo y experiencias únicas; Tulum se ha consolidado como un destino de ecoturismo, preservando su entorno natural y atrayendo a un público interesado en el bienestar y la naturaleza. Y Holbox, por su parte, ha mantenido su esencia tranquila y rústica, alejándose del bullicio de los grandes centros turísticos.
Sin embargo, es innegable que el crecimiento turístico ha traído consigo grandes desafíos, como la presión sobre los recursos naturales y las comunidades locales. La riqueza natural de nuestro estado, elemento importantísimo en la promoción de los destinos turísticos que lo conforman, se ve constantemente amenazada debido en gran parte a prácticas poco transparentes, carentes de permisos y que impactan el equilibrio de ecosistemas enteros.
Por su parte, y a pesar del éxito económico del estado, las comunidades mayas no se han visto directamente beneficiadas, pues enfrentan pobreza y en muchos casos, falta de acceso a servicios básicos. Esta desigualdad representa una deuda histórica con los mayas, guardianes de estas tierras durante siglos.
En sus 50 años como estado libre y soberano, Quintana Roo se enfrenta al reto de equilibrar el desarrollo económico con el respeto por la naturaleza, por la cultura maya y la resolución de las desigualdades. El turismo ha generado riqueza, es verdad, pero también es crucial que las políticas de desarrollo sean eso: de desarrollo y no solo de crecimiento; que incluyan a las comunidades indígenas como protagonistas, que se procure la salvaguarda de los altísimos valores de su cultura y se garantice su permanencia y participación en el futuro del estado.
Solo así Quintana Roo podrá avanzar con una visión más sostenible e inclusiva, donde modernidad y tradición coexistan en armonía.