Como en algún otro tiempo los líderes religiosos vendieron pedazos de cielo, hoy los líderes ejidales venden pedazos de sueños. Ya sea que el soñador en cuestión anhele un hogar, un patrimonio o unos metros de paraíso para llamarlos propios, aquí se fabrican ilusiones.
“El ejido es una persona moral atípica”, me explica mi letrado asesor jurídico, “pues tiene patrimonio”. Tan pronto escuché esto, me propuse traducirlo para el bien común: lo cual quiere decir que es un grupo de personas, los ejidatarios, que tienen el derecho de USO de algo, “unas tierritas”.
En estricto sentido no es de alguien, pensando en Una persona con nombre y apellido, es de Todos los ejidatarios, como conjunto. Cuando intercambian una cesión de derechos por unos muchos pesitos, (OJO: doloroso aviso de fraude), NO están entregando un título de propiedad.
Una cesión de derechos, concede el USO, de la tierra, y en apego al deber ser, para producir algo, y no precisamente casas. De tal forma que cuando el soñador en cuestión llega a su flamante terreno, se encuentra con que no tiene luz, agua, calles… No tiene servicios públicos, ni los tendrá… A menos que el ejido, a través de una asamblea, haga la entrega de calles (que ellos consideran “su patrimonio”, aunque hayan cobrado repetidamente por “cederlo”) al municipio para que entonces, se pueda invertir en servicios.
“Eso no me va a pasar a mí”, pensará el lector, mismo cuando los números indican que 25% de los cancunenses viven en zonas irregulares, también conocidas como tierras ejidales, lotes ecológicos, “oportunidad para invertir”, lo cual provoca desde descomposición social, violencia, turismo electoral, hasta contaminación tal que ha arrasado con la mitad del arrecife (sí, literalmente defecándolo).
Definitivamente, sin título no hay paraíso.
Que fina y elegante pluma como un bisturí en disección en la mano del galeno mostrando la causa del tumor.