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    OpiniónLa funesta ola: Mario Alcántara

    La funesta ola: Mario Alcántara

    Opinión

    Tenía mucho tiempo que no dejaba de escribir. Suelo hacerlo casi todos los días desde hace muchos años hasta por consuelo propio, pero esta vez, fue diferente. Las teclas me olían a hiel y a cal, a sinsabor y desasosiego, dejé la maquina a un lado por dos semanas para encontrar mis respuestas en pensamientos no escritos. Me inundó un mar de amargos tragos en el alma y en la piel. Pero bien dicen que los escritores somos adictos a la tinta y a las pasiones y nos es muy difícil abandonar una u otra al tiempo.  El tiempo mismo es el que se encarga de ponernos enfrente de la tecla para soltar lo que nos viene de otro lado, como he asegurado siempre, escribir brota sin aviso y nos engancha con la imperiosa necesidad de hacerlo, de hablar con nadie más que con el papel en blanco, el cual se va llenando poco a poco con las letras que llegan de otros paralelos.

    Un poco antes de quedar mudo de tecla, otro de mis buenos amigos falleció de COVID-19. Así sin más me llegó la noticia, de pronto, como si uno estuviera preparado para recibirlas, pero no es así, la muerte siempre es agreste e inoportuna, y más cuando se trata de alguien con quien has compartido vida y vivencias, tragos y pláticas, burlas y sonrisas, ahí es cuando cala feo, cuando molesta, cuando lastima. La muerte siempre es desagradable, pero más cuando te agarra de sopetón.

    He perdido a varios amigos y amigas en esta pandemia, y ninguno me ha dolido menos que el otro, por el contrario, pareciera como si las muertes se sumaran una a la otra, en mi caso, no hacen callo, sino mella sobre mella.  Esta pandemia nos robó a todos la calma, porque esas personas eran amigos, padres, familia, necesarios para la continuidad de los que los queríamos, y así de pronto, sin decir agua va, tenemos obligatoriamente que aprender a vivir sin su presencia.

    Me preguntaba mi hijo porqué me dolía tanto su partida, si a muchos de ellos no los frecuentaba como a los cercanos, y le contesté: Porque cuando uno tiene un amigo lo tiene en esencia, no en permanencia, y basta el mínimo contacto para reconectar esa amistad que se fraguó con el tiempo. Mis amigos son árboles que sembré en algún momento, y basta una vuelta al bosque y un simple reencuentro para confirmar que los sauces son inquebrantables, menos ante una sola circunstancia, la vida. La vida que no me pertenece, porque si en mi estuviera, todos serían eternos. Es por ello que me resulta sumamente difícil aceptar que a veces esas reconexiones vienen envueltas en una triste noticia cargada de luto.

    Esta bizarra circunstancia que nos tocó vivir aún no termina, de hecho, una gran parte de mi pausa la utilicé para filosofar sobre ello, y llegué a la conclusión de que nunca terminará. Somos nosotros los que tendremos que evolucionar como raza al respecto, adaptarnos como lo hemos hecho siempre, incluir en nuestras rutinas una realidad diferente, modificada, mimetizada hacia lo conducente.

    La pandemia se llevará más extraños, pero también más amigos y cercanos, y quisiera que todos tuviéramos la conciencia de que la guardia nunca se baja, aunque la batalla parezca haber terminado, es ahí, donde cobra vida, o más bien dicho, cobra muerte.

    Ignoro el origen de esta pandemia, pero tengo por cierto que no tiene clemencia con el incauto o el desprevenido, con el relajado y el distraído. Nadie tiene un manto protector absoluto, pero no está de más atender al sentido común para minimizar el riesgo.

    No inclino mi balanza hacia el plato del miedo, por el contrario, valerosos tenemos que hacerle frente a esta circunstancia, pero teniendo claro que esto llegó para quedarse, y que evolucionará y mutará, y nosotros tenemos que hacer lo propio, no tendremos la misma vida de antes, pero podemos tener una mejor. Esta pandemia se combate de adentro hacia afuera, basta con elegir por todo aquello que nos acerca más a la vida, empezando por uno, por adentro.

    Un ínfimo y microscópico ente nos ha demostrado cual frágiles somos, la importancia de reconfigurarnos en esencia, en hacernos más caso, en elegir por lo simple. Dormir mejor, comer mejor, estresarse lo menos posible, abandonar los excesos, mandar a la chingada todo aquello que debilite a nuestros defensores silenciosos, que trabajan sin sueldo y con el único propósito de mantenernos un poquito más en el aquí y en el ahora, para que todos aquellos que nos rodean no sufran por nuestra ausencia.

    Si, en esencia todo esto se trata de ti, no de una pandemia global. Se trata de que dejes de ser un puerco egoísta y que te pongas a pensar en todos aquellos a los que vas a destruir por dentro cuando faltes, cuando te vayas, cuando les duelas, cuando no sepan que hacer sin tu presencia, o simplemente cuando un amigo a distancia sienta un vacío tan grande, que le impida hasta escribir.

    Todos aquellos que se fueron tal vez en algún punto se fueron por tu responsabilidad, por tu inconciencia, por no hacer un poquito para frenar la ola, esa funesta ola que el día de hoy amenaza con su tercera vuelta y que nos pone nuevamente en la encrucijada de armarnos, o darle la vuelta.

    En memoria de todos aquellos que se han ido y que dejan un gran vacío en todos los que los queríamos.

    Pepe Reséndiz, Guillermo Almeida, Francisco Verdayes.  Con todo mi cariño para ustedes mis amigos.

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