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    Francisco Verdayes Ortiz: Historiador y cronista de Cancún

    Opinión

    Francisco Verdayes Ortiz, chetumaleño de nacimiento, quintanarroense en toda la extensión de la palabra, historiador y cronista de Cancún, se fue de entre nosotros a mediados de mayo, dejándonos una sensación de vacío que parece expandirse a medida que pasa el tiempo.

    Con su partida yo he perdido a un cómplice de aventuras cancunenses, a un amigo entrañable, a un hermano incondicional. Pero la ciudad entera, este Cancún del que en un principio renegó, ha perdido a un tenaz contador de historias locales, un abundante caudal de información -donde abrevamos todos, desde el Cronista oficial, pasando por el más incipiente periodista, hasta la recién ingresada estudiante de comunicación- que él recopiló, entrevistando aquí y allá a personas claves en la construcción de nuestra historia, uniendo las piezas de un rompecabezas que poco a poco nos fue revelando.

    Esta vez, y en coincidencia con la junta editorial de Cancuníssimo, quise hacerle un sencillo homenaje en este espacio, destinado a dar lugar y honra a quienes han aportado a la construcción y consolidación de nuestra increíble ciudad. Y Paco Verdayes fue, nadie lo pone en duda, un bloque insustituible en el armado de una narrativa que mostraba el rostro de un Cancún más humano y entrañable.

    Cuando Paco me invitó a participar en su programa Nido de Culturas, en Radio Turquesa, a finales de 2019, le sugerí que Lalo Lavalle -famoso conductor de la radio local, amigo mío queridísimo de la infancia- podía ser nuestro primer entrevistado. Para mí, se trataba de un personaje sumamente carismático, parte de la generación de los niños de la selva -tal como a Ernestina Mac Donald le ha dado por nombrar a los niños y niñas que llegamos por voluntad de nuestros padres y nos quedamos a echar raíces.

    Paco dejó de lado mi sugerencia. Unos días después del primer programa, la noticia de la muerte de Lalo en un accidente que lo agarró desprevenido en su inseparable bicicleta, nos dejaba inundados de tristeza y perplejidad, tal como suele hacerlo la canija muerte. En reiteradas ocasiones, Francisco se lamentó conmigo el no haber entrevistado a Lalo.

    Francisco Verdayes Ortiz: Historiador y cronista de Cancún

    Y sé que no fue la única vez que esto le sucedió. Paco iba en busca de la historia viva. Pero conforme pasaba el tiempo, hombres y mujeres, pioneros y fundadores, partían sin que pudiera hacerse el registro de su presencia y contribución a la ciudad que vieron nacer. Le pasó incluso con la muerte de mi madre, el 5 de mayo de 2014. Ese triste día, además de expresarme su pésame, me comunicó lo mal que se sentía por no haberla entrevistado nunca, habiendo sido ella una pionera que dejó huella en la historia de Cancún.

    Irremediablemente en deuda. Así es como me siento después de la muerte de Francisco Verdayes. Con él. Conmigo. Con Cancún. No es que nunca le haya pedido una entrevista. Lo hice de muchas y diferentes maneras. Pero él siempre se negaba. Movía la mano derecha, abanicándola rápidamente, la palma abierta hacia abajo, derecha, izquierda, derecha, izquierda, convenciéndome con una mueca que no le interesaba, que él no era el protagonista de ninguna historia cancunense.

    No supe insistir lo suficiente…

    A Paco lo conocí en el lanzamiento del libro Springbreakers, de Gloria Palma. No recuerdo qué mes era de 2007. Él y yo habíamos sido invitados para presentar el libro de la periodista en el desaparecido restaurante El mesón del vecindario. Ese día por fin pude ponerle rostro a Francisco Verdayes, de quien hasta ese entonces solo sabía su nombre, por las historias que él firmaba en su Revista Pioneros, la cual yo seguía con genuino interés.

    Cuando un año después organicé el reencuentro de ex participantes del Taller de Teatro Cancún, acompañado de un homenaje a la maestra Tere Colón -pionera del teatro en nuestra ciudad-, invité a Paco para que conociera a quienes fuimos miembros de aquel taller, y supiera un poco de nuestra historia. Siempre entusiasta, Paco tomó fotos aquí y allá, y unos días después publicaba en su revista nuestro evento.

    Luego, a principios de noviembre del 2009, el periódico Novedades de Quintana Roo anunciaba en su primera plana la presentación de la Plaza Bicentenario. En la foto, el entonces presidente municipal, Gregorio Sánchez Martínez, junto a conocidas personalidades de la ciudad, observaba una maqueta. Se trataba de un lugar que albergaría el supuesto nuevo palacio municipal, el cual se ubicaría enfrente de la Catedral, en el último pulmón que le quedaba a la ciudad conocido como el Ombligo Verde. Esa noche no pude dormir. Por mi cabeza pasaban preguntas de todo tipo. ¿Qué va a pasar con el centro de Cancún? ¿Qué va a suceder con el Palacio Municipal actual?

    Hablé con varias personas, todas convencidas que debía ser removido de su sede original. Nadie me decía nada a favor de la conservación del edificio, al que, a partir de ahí, empecé a llamar histórico. Uno de esos días marqué al teléfono de Paco. A él, de inicio, no le parecía mala la idea que se construyera un nuevo palacio, en otro lugar, alejado del centro. Traté de convencerlo con los únicos argumentos que yo tenía hasta ese entonces, meramente románticos. “Dame veinte días”, dijo, interrumpiéndome. “Y te averiguo”.

    Antes de la fecha acordada, Paco me hacía llegar, en el cuerpo de un correo electrónico, un texto de 1490 palabras, expresando motivos de variada índole por los cuales era imperativo defender ese palacio.

    (Algún día compartiré ese texto).

    Al final, Paco se despedía de esta manera:

    Déjame conseguirte más datos…Voy tras ellos y sobre todo, más argumentos. Esto es solo un adelanto de lo primero que se vino a mente para tener justificaciones históricas, pero sí, se requiere de mucho más… Y como te digo, una vez que tengas más avanzado esto, me dices para abanderar la causa de manera más periodística…

    Ojalá y te sea de utilidad…

    Te mando un abrazo y un beso

    A partir de ahí, nació entre nosotros una relación de amistad inquebrantable, a prueba de viento y marea, sin más motivación que la de querernos y admirarnos mutuamente. Y, sí, Paco abanderó la causa de manera periodística, marcando su lugar como tal, cubriendo como un reportero de a pie todos los aspectos del nuevo movimiento, uno que nunca se había dado en Cancún: el de la defensa del patrimonio histórico de los cancunenses.

    Francisco me prohijó desde ese momento. Me invitó a todos los eventos en donde yo podía tener cabida, promoviendo mi trabajo, presentándome aquí y allá con gran deferencia. “Tú y yo somos cuadernos”, me decía.

    En algún punto, empezó a presentarme como periodista.

    -Paco, yo no soy periodista.

    -Haces labor de periodista, amiguita. Y por eso eres periodista.

    Lo mismo me dijo acerca de mi labor como cronista, aunque ese título le tomó más tiempo otorgármelo.

    Esto no solo era conmigo. A Paco lo vi apoyar a alumnas de comunicación, a compañeros de la radio, a colegas periodistas. Encontraba siempre la veta buena de la gente. Su misión, me atrevo a hablar por él, era alentar, fomentar los talentos de aquellos a quienes él, en su vocación permanente de maestro, tomaba bajo su ala.

    Durante los años que lo conocí, siempre, a donde fuera, corría el run run unánime, a sotovoce, de que Francisco era el verdadero cronista de la ciudad y que debía ser nombrado como tal por la autoridad municipal. Esto siempre le causaba desazón. Lo que él menos quería era verse enfrentado a figura oficial alguna. Él, lo que hizo, fue talacha pura, de periodista nato, consignando la historia imposible, hablando del pionero olvidado, dando lugar a la cocinera, al volquetero, al taxista, al que llegó primero, a la que contaba la anécdota inverosímil. Todo su trabajo está ahí, escrito con rigor periodístico, plasmado en las páginas de su Revista Pioneros, en su libro Cancún antes de Cancún, y en los posts que subía con asiduidad a su página de Facebook, tanto en su perfil personal como en la página de la revista, con el mismo nombre.

    En más de una ocasión me atreví a subir el volumen del reclamo velado que muchos pioneros hacían. Escribí de ese tema insistentemente. Cada vez que tenía oportunidad de hacerlo, lo presentaba como el cronista de Cancún, y él me toleraba. Paco no iba a esperarse a recibir un nombramiento: tenía la urgencia de que fundadores y pioneros de este polo de desarrollo turístico, empezaban a irse poco a poco, y con ellos, sus increíbles historias.

    Unas horas después de que fuera anunciada su muerte, hubo quienes dijeron que una de las calles de Cancún debía de ser rebautizada con su nombre. Sé, por las muchas pláticas que sostuvimos con referencia a los nombres de las calles y avenidas de nuestra ciudad, que Paco se opondría ferozmente a esta propuesta. Y aquí les digo, en dos escenarios, por qué:

    Recuerdo cuando él criticó el hecho de que no solo se le hubiera cambiado el nombre a la avenida Kabah, para llamarse Rodrigo Gómez -en honor a quien fuera director del Banco de México durante la concepción de Cancún como Centro Integralmente Planeado-. Criticaba también que, después de la implementación de los pares viales durante la administración de Remberto Estrada, se leyera en algunos letreros indistintamente el nombre de Javier Rojo Gómez -el penúltimo gobernador del entonces territorio de Quintana Roo-, así como el de Rodrigo Gómez. Este error prevalece al día de hoy. En aquella conversación hablábamos de la intención inicial que tenían los diseñadores de la traza urbana de Cancún: ni las calles ni las avenidas de la nueva ciudad tendrían nombre de persona, viva o muerta, sino que llevarían el nombre de alguna ciudad maya. En el caso de las supermanzanas, estas llevarían un tema. Así, la supermanzana 3, tiene nombres de pescados; la 22 de flores; la 23, de árboles, etc.

    Más recientemente, a sabiendas de que se presentaría la propuesta de una plaza con el nombre de los hermanos Landa Verdugo -creadores del Proyecto Cancún- en la Zona Fundacional, específicamente donde estuvo ubicado el Campamento Uno, consulté con él acerca de esta posibilidad. Conocedor como pocos de la historia de Cancún, me decía que era un error, remitiéndose de continuo a la intención de los pioneros constructores que describí en el párrafo anterior. No le pareció para nada la idea, y me instó a oponerme, presentando dichos argumentos. Así lo hice, pues coincidía -coincido- plenamente con su visión.

    Más que una calle con su nombre o un busto que correría el peligro de ser vandalizado, una placa o plaza con su nombre, el verdadero reconocimiento que Cancún debe darle a Francisco Verdayes es el de continuar con su obra, transmitir -como él lo hacía a la menor provocación- a las nuevas generaciones, no solo la historia de Cancún sino la importancia de conocerla, de apreciarla, de valorarla en su justa medida. Si bien es cierto que no fue reconocido por la autoridad, aun cuando se le consultaba para asuntos relacionados con nuestra historia, lo es también el hecho de que Francisco Verdayes Ortiz se ganó a pulso el título de cronista de Cancún. Vuelvo a hablar en su nombre: nunca quiso quitarle nada a nadie. Era una cuestión de reconocimiento.

    El mismo día que Paco falleció, el Ayuntamiento de Benito Juárez publicó una esquela en la que expresaba la triste pérdida. Seguidas de su nombre, las palabras historiador, periodista, catedrático, escritor y cronista de Cancún, daban al hombre que investigó difundió y, por sobre todas las cosas, amó nuestra historia, su bien ganado lugar.

    Un reconocimiento que llegó demasiado tarde.

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