Marcadamente desde el atentando contra las torres gemelas en 2001, Estados Unidos y sus aliados se han concentrado en atacar el terrorismo islámico. Al Qaeda primero. ISIS después.
Pero han desdeñado el crecimiento exponencial del terrorismo supremacista blanco. Si al estudio de éste y prevención de sus ataques, se le hubieran dedicado los recursos de inteligencia civil y militar, las horas de trabajo y el capital político que se han dedicado al terrorismo islámico, quizá hoy no estaríamos lamentando las muertes de El Paso… y tantas, tantas otras.
El grueso del dinero se usa para combatir a los terroristas de piel morena. Pero nada se hace contra los de tez blanca, a los que el gobierno estadounidense define sencillamente como ‘lobos solitarios’, mentalmente inestables a los que hay que atender desde el departamento de Salud, no desde la CIA.
Pero las investigaciones arrojan que –tal y como lo hacen los extremistas islámicos– los perpetradores de los ataques terroristas con ideología supremacista blanca, se conectan con otros a través de internet, se inspiran mutuamente, escriben manifiestos intolerantes y buscan esparcir su ideología. Unos van contra los ‘infieles’ al Islam. Otros, contra los migrantes.
Como lo señaló el New York Times, la ideología de este terrorismo nacionalista blanco se ha vuelto un peligro global:
Quizá el punto de inflexión que debió encender todas las alertas –pero no lo hizo– fue el ataque en 2011, en Noruega, en el que el supremacista blanco Anders Behring Breivik asesinó a 77 personas en un campamento de verano y puso una bomba en un edificio de gobierno, para quejarse de las políticas promigrantes en Europa. Apenas en marzo de este año, en Nueva Zelanda, otro supremacista blanco mató a 51 personas en una mezquita y publicó un manifiesto en el que citaba al noruego y hablaba de un supuesto genocidio contra los blancos perpetrado por migrantes y musulmanes. Lo de El Paso, Texas, va en la misma línea: la defensa contra la ‘invasión hispana’.
Pero Estados Unidos, y menos el de Donald Trump, no ha querido reconocer al supremacismo blanco como una amenaza terrorista global. Por el contrario, el discurso y acciones del presidente Trump han envalentonado a estos grupos e individuos que replican la xenofobia y el racismo que emana de la Casa Blanca.
Claramente, Trump hace cuentas electorales: sabe que su base, la que le dio la victoria en 2016 y le puede regalar la reelección en 2020, comparte algunos de los ideales de la supremacía blanca. El ejemplo de Trump cunde en el mundo y siguen apareciendo líderes que coquetean con este extremismo. Así, el terrorismo blanco se consolida, no como una obra de unos cuantos locos, sino como una amenaza global, organizada y desafiante.
¿Quién va a liderar el combate a este terrorismo, con el mismo ahínco con el que Estados Unidos ha liderado el combate al terrorismo islámico? Claramente no será el gobierno de Trump. A ver quién se anima.