Los propagandistas del gobierno actuaron con velocidad y fiereza. Tan pronto se anunció la venta del avión presidencial, trataron de posicionar la óptica de que López Obrador cumplía una promesa más de campaña, que se deshacía del símbolo de los lujos del pasado corrupto y que lograba una hazaña comercial.
Frente al cuestionamiento de que AMLO había rematado el avión -70% de descuento de un precio de referencia de 6 mil millones de pesos-, el presidente, la señorita de las mentiras de la mañanera, funcionarios de gobierno y partido, y todo el ejército de propagandistas difundió al unísono una idea: en realidad el avión costó 3 mil millones, no 6 mil; por lo tanto, se vendió muy bien (en menos de 1,700 millones) considerando la depreciación.
Les salió el tiro por la culata, como muchas veces. Pronto aparecieron declaraciones y tuits del propio Andrés Manuel López Obrador desmintiendo a sus propios fieles: el avión presidencial mexicano, decía AMLO, había costado 7 mil 500 millones de pesos. Lo expresó en Twitter el 29 de junio de 2014: “Si EPN no cancela la compra de su avión de 7500 millones…”. Lo dijo el 15 de diciembre de 2015: “No lo tiene ni Obama, cuesta 7 mil 500 millones de pesos”. Lo repitió en campaña el 15 de marzo de 2018: “Ese avión costó 7 mil 500 millones de pesos”. Lo refrendó ya como presidente el 17 de septiembre de 2019 y el 27 de julio de 2020.
O sea que, a juzgar por las cuentas que hace López Obrador, el avión no salió al 70% de descuento… ¡se remató al 80% de descuento!
El episodio del avión pinta de cuerpo entero al sexenio: el presidente tiene una ocurrencia, desdeña las voces expertas que le dicen que no funcionará, obliga a su implementación, tarda más tiempo y cuesta más dinero (que es de todos los mexicanos), y cuando lo logra, termina saliendo más caro el caldo que las albóndigas; pero en el camino, fue combustible para hablar, hablar, hablar y tratar de esculpir la realidad a punta de saliva.
Admirable: el mago sigue engañando al mismo público con el mismo truco.
SACIAMORBOS
El avión funcionó como lo que siempre ha sido: el distractor perfecto. La opacidad y las mentiras en torno a la salud del presidente abonaron en la misma dirección. Mientras todo mundo volteaba hacia otro lado, Morena volvió a mostrar su verdadera piel: es el viejo PRI. Le hace igualito. Lo acaban de demostrar sus senadores: aprobaron 20 leyes en unas horas. Diez minutos por ley. Sin debatirlas, brincándose procesos legislativos, instalando un “Senado” en un patio con mesas y con sillas pero sin oposición, votando hasta sin quórum, acatando ciegamente la voluntad del señor presidente, construyendo un gobierno cada vez más autoritario, mayoriteando, y al final, sacando la lengua a sus rivales.
Y todo, mientras en Palacio Nacional, el único encuestado de la encuesta presidencial de Morena reúne a sus corcholatas para dejarles claro que en la sucesión, él toma la decisión y nadie patalea.