Un fantasma recorre los vericuetos la vida política mexicana: el fantasma de la oposición.
Deambulante, desarticulado, desorientado, casi incorpóreo, el discurso de los partidos de oposición dejó de pesar en la agenda pública. El otrora coro de grillas, disputas, denuncias, es ahora monólogo. El debate tiene ahora un sonido unipersonal: el monopolio de los reflectores se concentra en la figura presidencial.
Ante una sociedad polarizada que mutuamente se etiqueta de ‘fifí’ o ‘chaira’, las voces de los partidos políticos de oposición suenan de fondo, apenas perceptibles; ante una prometida transformación que, hasta ahora y con vaivenes, lo que ha podido es administrar la inercia heredada, los partidos políticos de oposición parecen aferrarse a los mismos a moldes anquilosados, a las mismas prácticas clientelares, a las mismas lógicas corporativistas.
El descrédito y la desmoralización que acusan los partidos políticos, en general, son signo de un vacío más profundo y obscuro para la democracia mexicana. Los puentes de comunicación con la sociedad están rotos, y por comunicación entiéndase un diálogo constructivo y plural, desde la base, no la avalancha de propaganda con mensajes vacuos y pérfidas promesas, diseñados desde una cúpula de grupos políticos que no entienden ni hablan el lenguaje de la población.
Sin ver lo visible, la oposición deja pasar la gran oportunidad que la coyuntura ofrece: ante los yerros de la presente administración, es oportuno reconstruir los vínculos con la sociedad, desde abajo, de reinventar eso que llaman democracia o condenarse a parecer, cada vez más, lastres innecesarios, entes traslúcidos, fantasmales, irrelevantes.
Los contrapesos importan
Poco sirve (y se ayuda) una oposición política mareada por el odio visceral, por el descrédito personal hacia quien piensa, cree y actúa desde otra perspectiva.
Poco sirve (y se ayuda) una oposición política enviciada por la arrogancia de creerse técnica y moralmente superior hacia quienes gobiernan con otras lógicas.
Poco sirve (y se ayuda) una oposición política que termina por convertirse en la necedad e intolerancia que tanto acusa, cegada por sus intereses, sus filias y sus fobias.
Se requieren contrapesos políticos fuertes, sí, contrapesos construidos desde el trabajo con los ciudadanos, desde la propuesta, la responsabilidad y la pluralidad inherente a México.