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    OpiniónAnte un presidente desastroso, una oposición que no prende

    Ante un presidente desastroso, una oposición que no prende

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    Donald Trump ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para ser brutalmente derrotado en la elección presidencial de noviembre próximo en la que busca quedarse cuatro años más en la Casa Blanca.

    Hasta hoy, no existe ningún otro mandatario en el mundo que haya gestionado de peor manera la pandemia: minimizó su impacto, no se preparó durante los dos meses que el virus tardó en extenderse de China a Estados Unidos, presumió que lograría resolverla de un plumazo, tomó medidas demasiado tarde, cuando explotó la crisis de salud dijo que nadie le había advertido de la gravedad pero se demostró que sí, sus conferencias de prensa vespertinas lo exhibieron contradiciendo a los científicos, ha recomendado supuestos remedios que terminaron generando emergencias médicas, impulsado la reapertura del país aún cuando se siguen registrando miles de muertes y casos al día, y sistemáticamente ha tratado de zafarse de la primordial responsabilidad de que la unión americana sea la nación en la que más ha pegado el Covid-19, culpando a los chinos, a los medios, a sus opositores.

    Con este potaje, era para que las encuestas reflejaran que lo que viene el martes 3 de noviembre es un mero trámite para sacar a Trump de la Casa Blanca. Pero no. Las encuestas de aprobación del presidente marcan que no está en sus peores días. De hecho, está en una de sus mejores etapas. Y si observamos particularmente los llamados ‘estados visagra’, que por el complejo sistema electoral estadounidense son los que terminan definiendo quién gana la Presidencia, en algunos gana, en otros la diferencia en contra es muy corta y hay en los que está empatado en el márgen de error. Trump, incluso al hablar del Covid-19, ha apostado por la polarización, y eso le sigue funcionando.

    En buena medida se debe a que el Partido Demócrata no ha encontrado su voz ni su personalidad en la era Trump. Tiene la mesa puesta para arrebatarle la Casa Blanca y truncarle sus aspiraciones de reelección. Si no lo hace, será la exhibición de su propio fracaso, de que ha sido incapaz de salir del hundimiento en el que lo arrinconó el estilo rupturista de Trump, de que ha perdido vasos comunicantes con el votante, que ya no entiende qué lo apasiona y motiva.

    El Partido Demócrata eligió sin emoción a un candidato presidencial. Joe Biden fue designado por un aburrido pragmatismo: los cálculos políticos los llevaron a deducir que era el que menos rechazado por todos los grupos que conforman el anti-trumpismo y que, por lo tanto, el que tenía más posibilidades de vencer al presidente. Pero Biden no prende. Está encerrado en su casa como todos, y con el doble de precauciones porque tiene 77 años. Desde ahí da alguna entrevista, distribuye videos, ofrece conferencias, lanza spots de campaña… y no logra meterse en la conversación. Antes otras figuras del partido, como el gobiernador neoyorquino Cuomo, se han vuelto los antagonistas reales del presidente en funciones. Por si esta irrelevancia no bastara, le revivió una acusación de acoso sexual que tardó demasiado en abordar.

    Ante un presidente desastroso, una oposición que no prende.

    Falta medio año. Pueden pasar cosas.

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